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¿Cómo mueren las democracias?, por Rafael Rodríguez Campos, artículo publicado por La Ley (Perú).

El autor señala que antes las democracias «morían» por golpes de Estado o usurpaciones violentas; en cambio, actualmente, «mueren» por presidentes o líderes que, subvirtiendo las instituciones democráticas, conducen a sus países a un autoritarismo.

28 de mayo de 2020

A propósito del libro “¿Cómo mueren las democracias?”, catalogado como el mejor libro político del año 2018, el autor analiza las causas del quiebre de las democracias en todo el mundo. Comenta sobre las reglas no escritas para la defensa de la democracia.

I. INTRODUCCIÓN

Es el título del libro publicado por Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, ambos profesores de la Universidad de Harvard. Para el New York Times, en este libro, catalogado por The Philadelphia Inquirer como el mejor libro político del año 2018, los autores muestran cómo actualmente las democracias se han derrumbado mayoritariamente no con golpes violentos, sino a través de un deslizamiento gradual hacia el autoritarismo.
En la introducción del libro, los profesores formulan la siguiente interrogante: ¿Está la democracia estadounidense en peligro? Al respecto, los autores reconocen que se trata de una pregunta que jamás pensaron que se formularían, pues si bien llevan años reflexionado, hablando y escribiendo acerca de los fallos de la democracia en otros tiempos y lugares, o identificando las nuevas formas de autoritarismo que están emergiendo en el planeta, nunca imaginaron ver a políticos estadounidenses decir o hacer cosas que fueron justamente precursoras de crisis democráticas en otros lugares.
Para los autores, existe una creencia muy arraigada en el imaginario colectivo estadounidense: “Sabemos que todas las democracias son frágiles, pero la nuestra (es decir, la estadounidense) ha sabido ingeniárselas para desafiar la gravedad. La Constitución de Estados Unidos, el credo nacional sobre la libertad e igualdad, la robusta clase media histórica del país, así como sus elevados niveles de riqueza y educación, y su amplio y diversificado sector privado deberían ser vacunas frente al tipo de quiebra democrática acontecida en otros lugares” (Resaltado es propio).
Si ello es así, entonces: ¿Por qué los autores plantean una pregunta tan alarmante? Sobre el particular, ambos señalan que los políticos estadounidenses actuales tratan a sus adversarios como enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con impugnar los resultados electorales. Además, Intentan debilitar las defensas institucionales de la democracia, incluidos los tribunales, los servicios de inteligencia y las oficinas de ética. Asimismo, según los autores, los estados norteamericanos, que en su momento fueron considerados como “laboratorios de democracia”, corren el riesgo de convertirse en “laboratorios de autoritarismo”; mientras, quienes ostentan el poder, reescriben las reglas electorales, redibujan las circunscripciones electorales, e incluso derogan derechos al voto para asegurarse la victoria. Y, por si fuera poco, los autores nos recuerdan que en 2016, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, un demagogo como Donald Trump, un hombre sin experiencia alguna en la función pública, con escaso compromiso apreciable con los derechos constitucionales y tendencias autoritarias evidentes fue elegido presidente.
Ahora bien, para dar respuesta a la pregunta planteada en el libro, los autores realizan una reflexión acerca de los quiebres de la democracia desde una perspectiva histórica y comparada. Es decir, para saber cuáles son los peligros que debe sortear la democracia estadounidense, es necesario identificar cómo murieron y mueren las democracias en otros lugares del planeta.

II. ¿CÓMO MORÍAN “ANTES” LAS DEMOCRACIAS?

Sobre este punto, los autores recuerdan que al mediodía del 11 de setiembre de 1973, una flota de aviones se abatieron sobre La Moneda (El Palacio Presidencial en Chile). Bajo una lluvia de bombas, La Moneda fue pasto de las llamas. Allende emitió un discurso por una emisora de radio señalando que no abandonaría su puesto hasta concluir su trabajo. Sin embargo, al cabo de pocas horas, el presidente Allende había muerto y, con él, la democracia chilena.
Para los autores, así es como solemos creer que mueren las democracias: a manos de hombres armados. Es más, nos recuerdan que durante la Guerra Fría, golpes de Estado (como el de Pinochet en Chile) provocaron el colapso de tres de cada cuatro democracias caídas. Por ejemplo, las democracias de Argentina, Brasil, República Dominicana, Perú y Uruguay, entre otras, perecieron de ese modo. Y, en el pasado más inmediato, golpes de Estado militares derrocaron al presidente egipcio Mohamed Morsi, en 2013, y a la primera ministra tailandesa Yingluck Shinawatra, en 2014.
En todos estos casos, afirman los autores, la democracia se disolvió de un modo espectacular, mediante la coacción y el poder militar.

III. ¿CÓMO MUEREN “HOY” LAS DEMOCRACIAS?

Al respecto, los autores señalan que las dictaduras flagrantes, en forma de fascismo, comunismo y gobierno militar, prácticamente han desaparecido del panorama. Los golpes militares y otras usurpaciones del poder por medios violentos son poco frecuentes. Hoy, las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo. Es decir, para los autores, hoy las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables.
Sobre este punto, los autores recuerdan, por ejemplo, cómo Hugo Chávez dio sus primeros pasos claros hacia el autoritarismo en 2003, cuando paralizó un referéndum organizado por la oposición que lo habría destituido. Para luego, a partir de 2006, convertirse en un Gobierno mucho más represivo cuando clausuró al más importante de los canales de televisión. Arrestó o exilió a políticos de la oposición, a jueces y a figuras mediáticas bajo cargos dudosos, y eliminó los términos del mandato presidencial para que Chávez pudiera permanecer en el poder de manera indefinida.
Ahora bien, tras la muerte de Hugo Chávez y la elección (también cuestionable) de Nicolás Maduro, y a pesar de la victoria de la oposición en las elecciones legislativas de 2015 que parecía desmentir la idea de que Venezuela había dejado de ser una democracia, los autores también nos recuerdan cómo una nueva Asamblea Constituyente monopartidista usurpó el poder del Congreso en 2017, dejando claro, casi dos décadas después de que Chávez alcanzara la presidencia, que la Venezuela de hoy es una autocracia.
Dicho ello, queda claro, como lo refieren los autores, que en la actualidad en la mayoría de los países se celebran elecciones con regularidad, no siempre “competitivas”, pero elecciones al fin y al cabo. Eso quiere decir que, si bien las democracias siguen fracasando; no obstante, lo hacen de otras formas. Como ocurrió en la Venezuela de Chávez o en el Perú de Alberto Fujimori, por citar dos ejemplos de líderes políticos sudamericanos elegidos por la población que subvirtieron las instituciones democráticas de sus respectivos países. Es decir, en la actualidad el retroceso empieza en las urnas.

IV. LA DEFENSA DE LAS REGLAS NO ESCRITAS DE LA DEMOCRACIA 

Entonces: ¿Qué hacer para defender la democracia? Los autores señalan que históricamente el sistema de mecanismos de control y equilibrio ha funcionado bastante bien aunque no, o no exclusivamente, gracias al sistema constitucional diseñado por los padres fundadores.
En esa línea, los autores refieren que las democracias funcionan mejor y sobreviven durante más tiempo, cuando las Constituciones se apuntalan con normas democráticas no escritas como las que han reforzado los mecanismos de control y equilibrio en los Estados Unidos: la tolerancia mutua (los partidos políticos se aceptan como adversarios legítimos) y la contención (los políticos se moderan a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales). Los líderes de los dos grandes partidos políticos durante gran parte del siglo XX, aceptaban su legitimidad mutua y se resistían a la tentación de usar su control temporal de las instituciones en el máximo beneficio de su formación, apuntan los autores.
Entonces, para los autores fueron las normas no escritas de tolerancia y contención las que funcionaban como los guardarraíles de la democracia estadounidense y permitían evitar la lucha partidista a muerte, que ha destruido democracias en otras regiones del mundo, como la Europa de la década de 1930 y la Sudamérica de las décadas de 1960 y 1970. Sin embargo, advierten que, en la actualidad dichos guardarraíles se están debilitando, y por eso consideran que la erosión de las reglas no escritas de la democracia estadounidense es motivo suficiente para hacer sonar las alarmas.

 

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