La carta de María José Labrador sobre el perdón que no sustituye a la justicia, recientemente publicada en su Diario, es una lúcida reacción ante la crisis que vive la Iglesia. Al respecto quisiera subrayar lo siguiente:
La grandeza y las miserias de la Iglesia, como bien lo señala Labrador, siempre han venido del interior de la Iglesia, no de los ataques y vicisitudes que ha vivido. Y es doctrina clásica de la Iglesia que el pecador no solo tiene que arrepentirse y pedir perdón, sino también reparar el daño (en lo posible), por lo que, al que se confiesa, el confesor siempre le da una penitencia; si el arrepentimiento es genuino, el pecador cumplirá su penitencia para reparar en algo el daño causado. Y entonces se hace efectivo el perdón. Por tanto, el perdón que han manifestado los obispos tendrá que manifestarse en reparaciones concretas; esa será su penitencia. Pero, ¿qué acciones concretas? Las que el Papa decida. Pero sería bueno contar con la renuncia a sus cargos de los imputados (previo juicio al interior de la Iglesia). Luego, como se ha hecho en otros países, generar un protocolo claro y estricto para tratar los casos que puedan venir en el futuro, que incluya llevar los casos a la justicia ordinaria (porque la pederastia es un delito). También, y muy importante, revisar seriamente la formación que están recibiendo los seminaristas (incluyendo a sus formadores), que no puede ser meramente doctrinal, ritual o administrativa, sino pastoral y evangélica.
Sin embargo, lo más importante, y a largo plazo: se necesita una reflexión seria de toda la Iglesia sobre su estructura organizacional, que haga realidad lo propuesto en el Concilio Vaticano II: que deje atrás su organización tan estrictamente jerárquica, y se abra a la participación efectiva del pueblo de Dios, para escuchar la voz de los laicos, de las mujeres, incluso de los sacerdotes y teólogos, y escuchar la voz de los tiempos, que cada vez más están exigiendo diálogo, participación en las decisiones, respeto por los de arriba y los de abajo. Como dijo el Papa al cerrar el Concilio: Toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades…; la idea del servicio ha ocupado un puesto central.
Renato Hevia
Escuela de Educación