Para Jaime Guzmán teórico del modelo constitucional chileno, el nuevo individuo surgido a posteriori de la instauración de su modelo era un gran problema. Se debía fortalecer a su juicio “la convicción hecha testimonio, de que la vida tiene un signo trascendente, derivado de la dignidad espiritual del hombre” y en ése sentido el rol del progreso debía encaminarse hacia la búsqueda de valores que den sustento a la acción política.
La religión católica para Guzmán contribuía a moderar la debilidad humana: un capitalismo que destruyera valores en los hombres sería trágico y una religión o actitud de desprendimiento interior que evite los conflictos, podía contribuir a diluir cuando sea necesaria, la alteración de ése recto orden social deseado. Las ideas de Guzmán provienen principalmente de la obra escolástica de Tomás de Aquino, del sacerdote Osvaldo Lira, pero principalmente del ex Presidente Jorge Alessandri.
Guzmán planteaba, “la promoción de la economía social de mercado”. Era el mercado quien asignaría recursos en forma exclusiva, sin la intervención del Estado.
Los valores de Guzmán tuvieron como propósito plantear al capitalismo como eje rector del sistema económico, y segundo, promover la defensa acérrima del principio subsidiario y la libertad de emprendimiento. Guzmán muy perspicaz, instruía a sus seguidores que: “es necesario tocar una campana de alerta para no alejarse del servicio público y sólo nos dediquemos a ganar plata… ya que si ello ocurre -señalaba-, nuestras ideas, nuestros principales valores se van a perder y no podremos quejarnos después del Chile que van a vivir nuestros hijos… quizás con los bolsillos llenos, pero con las almas vacías".
Guzmán si bien tuvo éxito en instalar sus ideas en parte de la élite, no logró -quizás por no estar vivo para apreciar sus efectos- dimensionar las consecuencias de la instalación en Chile del modelo económico que buscaba atemperar: El Chile de hoy se encuentra con los bolsillos llenos y las almas vacías.
En efecto, actualmente las vocaciones sacerdotales han disminuido, los matrimonios han decaído, el país ha crecido pero con una fuerte crisis en lo ético, atrapado por casos de corrupción y tráfico de influencias. Los bolsillos han logrado un incremento sin igual, pero sólo para algunos, que no han logrado graficar en las recientes encuestas que la ciudadanía aprecie a sus representantes.
Guzmán entendía además, que toda sociedad intermedia entre la persona y el Estado tiene una finalidad propia y objetiva determinada por su misma esencia y éstas son libres de alcanzar dicha finalidad por sí mismas, de tal manera que las personas tienen la capacidad de autogobernarse sin que el Estado se entrometa.
Lograr conformar con dichas ideas un pilar fundamental en las bases de la institucionalidad era el remedio perfecto a juicio de Guzmán frente a la excesiva politización vivida en los sesenta. El objetivo era lograr dominar además, mediante un bipartidismo casi pétreo. El único valor que Guzmán encuentra en la democracia, se refiere a su utilidad práctica, si ella es eficiente en la consecución del bien común, por lo tanto ella puede ser suprimida en cuanto deje de actuar de forma eficaz, justificando de esta manera la intervención militar en 1973.
Guzmán articula a su vez, una concepción de primacía de la persona por sobre el Estado, asegurando a la vez las nociones de libertad y autoridad, dentro de una concepción conservadora, que se presenta como alternativa a la democracia liberal, y que está en consonancia con el pensamiento conservador corporativista, de acuerdo con las implicancias del principio de subsidiariedad.
Guzmán siguiendo esta idea, estipula que el bien común es el fin de la sociedad, que consiste específicamente en procurar y conservar ese orden inherente a todo ente relacional. Buscaba además reforzar constitucionalmente el derecho de propiedad e inspirar a sus seguidores a seguir valores cristianos de solidaridad y equidad, en desmedro de los de justicia e igualdad propios de la izquierda. A contracorriente de la pobreza que en la época rondaba el 45% de la población durante una de las visitas a Chile de Friedrich Von Hayek en una entrevista realizada por Guzmán, éste le comenta y le admite a Jaime Guzmán que la desigualdad era un motor indispensable de la producción capitalista: “como he sostenido otras veces, si la redistribución fuera igualitaria habría menos que redistribuir, ya que es precisamente la desigualdad de ingresos la que permite el actual nivel de producción”. (Revista Realidad, mayo de 1981)
Jaime Guzmán nunca aceptó las ideas ni la antropología de Friedman. Estudió a Hayek, que es bastante distinto de Friedman, y asumió varias de sus ideas, pero siempre matizando, justamente, las concepciones que podían entrar en tensión con la Doctrina Social de la Iglesia y la antropología cristiana. Así, defendió la existencia de salarios mínimos y la acción estatal redistributiva para derrotar la extrema pobreza” y “un desarrollo económico al servicio de un desarrollo integral del hombre”.
Pero la trama de fondo en Guzmán era proteger la propiedad privada a cualquier precio, incluso el de la tiranía o de una democracia contenida quien ya en los tiempos de Eduardo Frei Montalva denunció que el resorte principal de la máquina estatal ha saltado por los aires y que la propiedad privada y la libertad de los chilenos morirán en el estatismo. Es el miedo a que Chile se despierte marxista, escribe amenazado y amenazante en 1970.
La única vez desde 1990 en que este ideal hegemónico al menos en el plano de lo económico estuvo a punto de romperse fue el año 2011 cuando cientos de miles de estudiantes fueron directo al motor del sistema económico y exigieron “fin al lucro”. Incluso según lo testimonia la prensa de la época, alumnos de Colegios y Universidades particulares pagados adhirieron a las demandas generando un remezón en la élite chilena. (Santiago, 7 mayo 2018)