Artículos de Opinión

¿Qué le estamos enseñando a nuestros estudiantes de Derecho? Unas reflexiones a partir de la serie Cobra Kai.

Creo que está bien que el Derecho constituya un orden, pero orden no es ni debe ser sinónimo de quietud: el Derecho que se establece por medio de la acción deliberativa propia de una sociedad democrática ha de ser ante todo dinámico.

Parecerá una tontería y de poca seriedad comenzar una columna como esta, para un prestigioso medio como lo es el Diario Constitucional, citando a una serie de internet en apariencia tan irrelevante y lejana al derecho como lo es Cobra Kai. Para quien no este familiarizado con ella, se trata de una serie que, desafortunadamente, se encuentra fuera de los dominios de Netflix, en el residual sistema de streaming de pago de YouTube Premium, y que nos cuenta las andanzas contemporáneas de los personajes de aquel icónico clásico de los años ochenta que fue “Karate Kid”.
Vista con mayor detalle, esta serie, más allá de la nostalgia y la cultura del revival ochentero, entraña interesantes conflictos tales como la perpetuación de estereotipos y ordenes y la dialéctica que emerge tras determinados ejercicios de reflexividad respecto a esos modelos perpetuados, que por esa condición, constituyen no más que irreflexivos y automatizados modos de actuar. De hecho, y creo, sin hacer spoiler,  el morbo de la serie se encuentra en la clásica rivalidad entre Daniel Larusso y Johnny Lawrence,  que adquiere sus mejores pasajes en aquellos episodios de extrañamiento y autoconocimiento en los que ambos personajes logran desembarazarse del peso atávico del pasado para transformarse en aquello que mi maestro, el filósofo español Carlos Thiebaut Luis-André, denomina “sujetos poscreyentes reflexivos”: sujetos que se relacionan reflexivamente con sus creencias, no abdicando tanto de sus contenidos sino que acentuando que aquellos contenidos son el resultado de un proceso de aprendizaje que subyace  y determina su validez y que depende de procesos de interacción en los que es determinante la adopción del lugar del otro, con lo cual los poscreyentes son conscientes del falibilismo de sus creencias de hecho sostenidas, siendo  aquello lo que les permite comprender en qué maneras podrían modificarlas (Thiebaut, Vindicación del ciudadano, 262-263).
En la vida, en general, intento ser algo así como ese poscreyente reflexivo que describe Carlos Thiebaut (a quien, por seguir los paralelismo con Cobra Kai, aprecio como si fuese un auténtico señor Miyagi), y hoy, convertido en profesor de Derecho de asignaturas como Introducción al Derecho o Teoría política y Constitucional procuro acentuar todavía más aquella actitud poscreyente y reflexiva, a propósito de la inmensa responsabilidad que llevo conmigo en cuanto a ser formador de estudiantes de primer año de Derecho en la Universidad Mayor.
El Derecho, como la vida misma, se sostiene sobre sistemas credenciales, que en ocasiones, por el peso atávico de la tradición, parecen ser inamovibles e incuestionables. Tanto es así que much@s estudiantes ingresan a estudiar Derecho predispuestos a memorizar irreflexivamente normas jurídicas, fruto de aquella, a mi juicio, excesiva cultura jurídica legalista que poseemos en Chile, que desde todos los niveles, quienes nos dedicamos a cultivar el derecho Derecho, nos encargamos consciente o inconscientemente de fomentar. No creo ni que este bien caer en una fácil posición de rebeldía rupturista mediante la cual se inculque en l@s estudiantes una postura crítica aprendida respecto al Derecho que controvierta toda idea de orden, ni tampoco creo que este bien del todo seguir a rajatabla el peso atávico de la tradición sin cuestionarla y seguir enseñando el Derecho como si siguiésemos viviendo en el siglo XIX. Por lo demás, no creo que ambas posiciones sean irreconciliables: siguiendo a mi sensei Thiebaut, pienso más bien que todas las posturas pueden llegar a tener una cierta cuota de “verdad” en su seno, una verdad que no es autoevidente, sino que emerge de la tensión propia de la reflexividad y la argumentación. Por ello, mediante ensayo y error, y con algunas torpezas de por medio, intento como profesor cultivar y fomentar una perspectiva del Derecho habermasiana: valorando al Derecho como aquel adecuado sucedáneo de la religión que permite en un mundo secularizado la cohesión social y que constituye a su vez una suerte de bisagra entre el mundo de la vida y los imperativos sistémicos.
Creo que está bien que el Derecho constituya un orden, pero orden no es ni debe ser sinónimo de quietud: el Derecho que se establece por medio de la acción deliberativa propia de una sociedad democrática ha de ser ante todo dinámico, debe proveer los canales jurídico-político necesarios para transformar la racionalidad que emerge de la deliberación de la sociedad civil en razón administrativa que sirva de contrapeso efectivo a los imperativos sistémicos del poder y el dinero. Por eso, entre otras cosas, reivindico tomarme mi tiempo en enseñar instituciones en apariencia contraproducentes al Derecho como lo es la desobediencia civil, pues, siguiendo a John Rawls, lejos de verse puramente a esta institución como un enemigo del orden, ha de valorarse que esta permite darle dinamicidad al ordenamiento jurídico y de esa manera acompasarle con las creencias y los modos de vivir propios de cada lugar y época.
Se trata en el fondo de estar todo el tiempo pujando por mantener desde la dinamicidad aquel equilibrio siempre inestable, ese yin yang jurídico, por medio de poner en constante tensión nuestra inteligencia y creencias. Eso, más que cualquier tipo de conocimientos específicos y memorizables respecto del Derecho, es lo que añoro inculcar en mis estudiantes, aquello que se ha dado en llamar “pensamiento crítico”, que no es una meta a la que llegar ni una determinada manera sustantiva y monolítica de pensar, sino que asemeja más bien a un modo ser, a un camino que se recorre, a una disciplina siempre en tensión, con la cual se va por la vida persiguiendo el asombro y sabiendo al modo socrático que “solo se sabe que nada se sabe”. (Santiago, 29 abril 2019)

 

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