En los últimos meses, se han instalado conductas ciudadanas vigilantes de una nueva corrección política y moral, en el ámbito interno de muchos países. Casos extremos de abusos policiales racistas, particularmente en Estados Unidos, han provocado amplias manifestaciones de repudio, seguidas de un fanático revisionismo de algunos personajes históricos, y su representación en estatuas y monumentos, muchos destruidos, denigrados, o trasladados a lugares seguros. De igual manera, cualquier acción u opinión no ajustada a esta corriente, es inmediatamente vilipendiada y atacada por inaceptable. Una ola de ira no contenida, incluso en países sin prácticas segregacionistas, se expandió por algunas semanas. Ha mermado, pero sigue latente.
Tantos extremos agresivos e insultantes, constantemente reflejados en los medios digitales, redes sociales, y plataformas de intercomunicación actuales, posiblemente han contribuido a estas reacciones. Constituyen una práctica común, en medio de la natural exacerbación individual, aumentada por las prolongadas medidas de confinamiento ante una pandemia, que avanza y retrocede, sin una cura real. La tensión resultante, extrema las reacciones de todo tipo, y se busca responsables, y en especial, a quienes irresponsablemente la desafían. Son de inmediato denunciados, si son autoridades estatales que, con gran rigor, se juzgan en lo que hacen o dejan de hacer durante la epidemia. Sus actos particulares, se dimensionan como si pusieran en peligro a toda la población de un país, y no fueren más que conductas torpes, faltas de criterio, que afectan a ellos mismos. Pero así estamos, extremadamente sensibilizados, y prontos a reaccionar con inusitada vehemencia.
No habría nada malo en ello, y por el contrario, podría interpretarse como una muestra de conciencia colectiva, inquisitiva, pero tal vez necesaria, en momentos de crisis planetaria con innumerables efectos perjudiciales, a menos que se traduzca por necesidad, en la solidaridad requerida. Tampoco hay señales de que suceda, y al contrario, algunas potencias mundiales van en sentido inverso, y aumentan su individualismo incorrecto. Utilizan las penosas circunstancias actuales en su favor, extienden su poder, aumentan el control sobre la población, y desafían a las demás. Total, en época de tantas restricciones por salubridad, no hay espacio para manifestar desacuerdos. Algunos casos pueden ser demostrativos.
Rusia bajo Putin, vuelve al predominio de un sólo sistema y un sólo protagonista, casi vitalicio, luego de dos décadas sin opositores válidos, ni ninguna alternancia democrática. Las elecciones previstas lo han ratificado. Sin acudir a acciones extremas, su poder absoluto se consolida, y no será compartido con nadie. Resulta fácil vaticinar que la situación se prolongará por largo tiempo, así como la constante búsqueda de mayor incidencia en el orden mundial, pese a las dificultades económicas, las sanciones por sus aventuras en Crimea, sus amenazas sobre Ucrania, o el apoyar precisamente a quienes no lo hace Estados Unidos. Asimismo, continúa su Irrestricto soporte a El-Assad en Siria y sus veinte años de poder omnímodo, nueve en sangrienta revolución y diáspora inhumana de personas. Interviene sobre la mitad del Líbano en manos de Hezbollah; se entiende con Irán; presiona en Osetia y Chechenia; aumenta la protección de las minorías rusas; mantiene las Kuriles de Japón; y siempre confronta a Israel; por citar las más evidentes. Abastece de petróleo a Europa, mediante ductos, y cortarlos, si es contrariado. Putin, paso a paso, adquiere mayor protagonismo, no importa cómo. Se suman las denuncias de intervención electrónica en Gran Bretaña y Estados Unidos, materializando una nueva forma de agresión tecnológica.
Por su parte, la China de Xi jinping, al tiempo que dirige sin oponentes y de forma indefinida el país; cambia su ponderado y tradicional accionar exterior, por uno mucho más ofensivo, que no acepta críticas ni oposiciones, venga de quien venga. Paralelamente, reactiva su presencia internacional dondequiera que otros no lo hagan, o hayan disminuido su incidencia, como Europa que no resuelve el Brexit, y enfrenta a Turquía que se islamiza; o Estados Unidos, centrado en sus propios asuntos. China amplía sus campos operacionales, gracias a una sólida base económica y comercial, con un creciente desarrollo electrónico, del más alto nivel. Se defiende de las acusaciones de espionaje de sus grandes empresas cibernéticas, contraataca las dudas en torno al virus que ha infectado al mundo, o la manipulación de cifras, y aumenta su control en la OMS, mientras Trump la abandona. Las constantes sobre Bután, El Tíbet, Corea del Norte, Taiwán, Mar del Sur y sus islas artificiales, se acentúan. Incumple el Laudo Arbitral con Filipinas, crea un episodio bélico en la frontera con India, y busca poner término anticipado al régimen de Hong Kong, sometiéndolo al sistema de Beijing. Su expansión como gran potencia, se consolida, y extrema las condicionantes para ser su aliado, sin aceptar críticas.
La política exterior de la administración de Trump, prosigue enfocada en priorizar su accionar propio, incentivada con la proximidad de las elecciones presidenciales de noviembre, que busca su reelección, reactivando la economía, aunque comprometa la fragilidad sanitaria. Reemplaza los acuerdos NAFTA por el T-MEC, con México y Canadá; denuncia los Tratados: de París sobre Cambio Climático; de Cielos Abiertos; sobre Armas Nucleares Intermedias; con Irán; sobre Migraciones; y amenaza retirarse de la OMC y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Deja la OMS; condiciona su actividad multilateral y sus contribuciones; apoya sin matices a Israel, con un plan que hace romper los acuerdos con Palestina; presiona a Maduro, y mantiene en la lista de no cooperación con el terrorismo, a Irán, Corea del Norte, Siria, Venezuela, Cuba, y otros movimientos islámicos radicales. Desmantela el entramado exterior de Obama, y avanza o retrocede según el momento, en busca de un protagonismo exacerbado. Un comportamiento voluntarista y errático, según sus conveniencias, mientras se defiende de ex colaboradores y familiares, que utilizan la visibilidad de haberlo sido.
Los ejemplos citados en el accionar de estas potencias, desafían las prácticas y normas jurídicas imperantes, que tanto ha costado alcanzar, y representan casos evidentes de incorrección internacional. Se han visto acrecentadas ante la emergencia viral, y van en sentido opuesto a una mundialización que podría serle beneficiosa. Lamentablemente, nada indica que podrían ser revisadas, y por el contrario, tienden a incrementarse. Su efecto es inmediato y nos afecta a todos. (Santiago, 20 julio 2020)