Mientras más se intensifica el trabajo en el Palacio Pereira, y la campaña del segundo plebiscito se ve a la vuelta de la esquina, más importante resulta detenerse un momento para sacar las cuentas.
Por un lado, la derecha, agonizante, intenta aferrarse a su último aliento. Continúa su (ya no tan lenta) descomposición. Sus fuerzas se dividen entre quienes, como los realistas de la colonia en américa, intentan besarles la mano a los jerarcas de la revolución victoriosa (la humillación es intensa pero necesaria), y, por otra parte, un sector minoritario de la derecha que intenta, aunque de un modo también humillante, dinamitar la reputación de la Convención (con ayuda, a su vez, de la misma Convención).
Por el otro lado, la izquierda goza del dominio (casi) absoluto de todos los ámbitos de la política chilena. Lograron: 1) iniciar un proceso que supuestamente concluirá en una “nueva constitución”, redactada a su gusto, y sin una oposición capaz de cambiar una coma; 2) derogar de facto el sistema presidencial (al menos provisionalmente mientras esté Piñera); 3) obtener la mitad del congreso a su favor, y; 4) la elección del próximo presidente de Chile. Nada mal.
1) El “proceso constituyente” y los incentivos políticos para los partidos políticos del congreso y el presidente.
Después del 18 de Octubre, y de más de un mes de brutalidad callejera (vamos a hacer un esfuerzo argumental titánico de no referirnos a la naturaleza sacramental de esa violencia), el sistema político institucional reaccionó y el 15 de noviembre de 2019 nació el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”.
Para los partidos políticos del Congreso, este acuerdo fue instrumental y esencial para su sobrevivencia. Toda su existencia como instituciones de representación política estaba en peligro. La aprobación ciudadana del Congreso era solo del 3,2%, y la desaprobación fue del 78,3%[1]. Fue la institución peor evaluada por la sociedad chilena durante el periodo del 18-O. Incluso el gobierno del presidente Piñera tuvo mejor aprobación que el Congreso. Sus tasas de aprobación fueron del 4,7% y la desaprobación del 75,8%[2].
Estos peligrosos números necesitaban una respuesta del sistema institucional. Era urgente una solución que beneficiara a todos, porque de lo contrario, difícilmente se podría encontrar una salida y un plan verdaderamente ejecutable. En consecuencia, el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución fue firmado por la mayor parte del espectro político. Todo en un acto bien presentado y actuado de republicanismo.
Este nuevo proceso daría grandes frutos. Los incentivos eran claros: a los partidos políticos del Congreso, los salvaría de desaparecer, permitiéndoles regresar a la esfera pública, dándoles una segunda oportunidad para redimirse. Le delegarían la responsabilidad de canalización política a una nueva institución (la convención), eludiendo así duras discusiones legislativas que podrían haberlos dañado aún más. Se pospondría para un futuro incierto cualquier idea de que el legislador diera soluciones a las demandas de la gente (volveremos sobre este punto más adelante), demandas que de alguna manera necesitarían modificaciones de las leyes existentes, o la promulgación de nuevas.
Además, todos los riesgos que pudiera producir la discusión de materias importantes tendrían que ser asumidos por la nueva convención, dejando a los partidos políticos en el Congreso con responsabilidades secundarias, ninguna de grandes riesgos políticos, disfrutando al mismo tiempo de los beneficios monetarios del cargo (incentivos que muchas veces no se toman en cuenta), y de aire fresco.
Por el lado del presidente, el acuerdo lo salvó de ser destituido de su cargo. Hubiera sido imposible que Piñera llegara al final de su mandato si no fuera por este acuerdo y proceso. Le permitió posicionarse lejos de la principal corriente política, adoptando la posición de un administrador pasivo. Los hechos demostraron que esta estrategia funcionó para él. Después del acuerdo, Piñera nunca fue una figura central de influencia política. A esto hay que sumarle que la fuerza política de la izquierda le quitó de facto sus facultades de colegislador. Con todo, se mantuvo relativamente a salvo, y se espera que termine su período con normalidad.
2) Los resultados.
Haciendo las matemáticas, la estrategia funcionó a la perfección. Demos por cierto el discurso llevado adelante por las fuerzas políticas, por un segundo, de que las personas en Chile tenían demandas racionales. Dentro de las exigencias de la gente no se encontraba una nueva constitución. Exigían la mejora de ciertas políticas públicas que incluían principalmente: pensiones, salud, igualdad, salarios, educación, entre muchas otras[3].
Como hemos argumentado, una discusión pública profunda sobre las formas en que, el Congreso o el presidente (en ejercicio de sus facultades constitucionales), podrían haber hecho posibles las exigencias en las políticas públicas demandadas por la gente, era políticamente demasiado riesgoso para estas dañadas y agonizantes instituciones. No estaban en condiciones de permitirse correr con ningún tipo de riesgo. Por tanto, como hemos dicho, el “proceso constituyente” sirvió como un salvavidas rentable y seguro.
3) Los costos.
Sin duda quienes tuvieron que incurrir en gastos extremadamente altos, fue la derecha. Salvar a Piñera no fue gratis. El costo fue sacrificar el texto de la “Constitución del 80”, y con ello, el más grande estandarte del sector. Los costos de salvar a un hombre posiblemente van a significar la destrucción de la derecha, y a su vez, la desaparición del proyecto de democracia chilena. Muchas veces se “olvida” que la teoría de una democracia liberal establece, como requisito básico, que en la sociedad convivan una pluralidad de proyectos políticos, cada uno con el objetivo de conseguir el poder. Con la desaparición de la derecha, el proyecto de democracia chilena también comienza a desaparecer, porque una sociedad con una sola gran fuerza política hegemónica, sin pluralidad política, degenera en una cosa distinta a una democracia.
Pero el Poder no desaparece, si no que se transforma[4], y de un proyecto de democracia, todo indica que transitamos a una sociedad aristocrática, dominada por una nueva aristocracia de izquierda, con sus propios códigos, normas sociales, sanciones, credenciales de entrada y salida, y sus respectivos privilegios.
La izquierda, aunque dominante, difícilmente podrá administrar el poder político que mantiene en este momento. El proceso de consolidación en el poder de la aristocracia de izquierda en Chile, iniciado el 18 de Octubre de 2019, tiene una ruta definida y clara. Sin embargo, no cualquier ruta, no cualquier proyecto político es sostenible en el tiempo.
Para conseguir el poder institucional, la aristocracia de izquierda evangelizó[5] a la sociedad chilena con la creencia de que había que superar a la opresión (siendo la “opresión” prácticamente cualquier cosa que señalen desde las alturas de la naciente nueva aristocracia), y con ello también a la autoridad institucional. Iniciaron una campaña de antagonización profunda de todos los ámbitos de la sociedad; desde las relaciones Estado-individuo, hasta la intimidad de las relaciones interpersonales; desde la historia, hasta la identidad nacional; desde la familia, hasta el trabajo, todos designados como ámbitos de opresión/sometimiento.
Llevaron adelante un proyecto en el cual la violencia, como forma de obtener la autoridad institucional, ocupa un puesto central (no accesorio). Tanto Boric[6] como Atria[7] lo han declarado así. Pero ¿qué ocurrirá cuando ellos sean la autoridad institucional? ¿Serán capaces de inculcar, entre sus súbditos, una fe tan profunda, que aun siendo ellos mismos quienes ocupen los puestos de la autoridad institucional, sean los súbditos capaces de abandonar sus compromisos sacramentales en pro de la estabilidad necesaria de un gobierno? En el fondo, el éxito de la izquierda es también su autodestrucción[8].
Con las cuentas claras, recordemos las palabras de la prudencia de quienes en el pasado levantaron la voz de la razón. Juan Donoso Cortés, nos recuerda que: “Las revoluciones son enfermedades de los pueblos ricos; las revoluciones son enfermedades de los pueblos libres. El mundo antiguo era un mundo en que los esclavos componían la mayor parte del género humano; citadme cuál revolución fue hecha por esos esclavos.
Lo mas que pudieron conseguir fue fomentar algunas guerras civiles; pero, las revoluciones profundas fueron hechas siempre por opulentísimos aristócratas. No, señores; no está en la esclavitud, no está en la miseria el germen de las revoluciones: el germen de las revoluciones está en los deseos sobreexcitados de la muchedumbre por los tribunos que las explotan y benefician”[9]. (Santiago, 21 febrero 2022)
[1] Activa Research. Pulso Ciudadano, Proceso Constituyente. Evaluación de la Constitución actual y proceso de cambio, evaluación del Acuerdo de Paz social y la nueva Constitución, desempeño de las instituciones y autoridades. p 33. (2019).
[2] Activa Research. Pulso Ciudadano, Proceso Constituyente. Evaluación de la Constitución actual y proceso de cambio, evaluación del Acuerdo de Paz social y la nueva Constitución, desempeño de las instituciones y autoridades. p 33. (2019).
[3] Activa Research. Percepción Contexto Económico, Evaluación de Gobierno y Preferencia de candidatos a la presidencia. p 44. (2019).
[4] Ver Adrian Vermeule (2022) Who Decides?, https://postliberalorder.substack.com/p/who-decides?utm_source=url
[5] Para una buena muestra de este trabajo, ver el popular manual de bolsillo de Gabriel Salazar (2011) En el nombre del poder popular constituyente. LOM Editions.
[6] Algunas muestras en https://twitter.com/gabrielboric/status/1202351994226302984?s=20&t=E7PuT7U3PFoJ9aY-SrgIMA ; https://twitter.com/gabrielboric/status/1192127008677015552?s=20&t=Wo1_FISqfkdf75Qd8n50CQ
[7] Ver discurso de Fernando Atria en la Convención Constitucional. Tercera sesión. 8 de Julio de 2021. https://twitter.com/fernando_atria/status/1413547136638201861?s=20&t=ws7zj6RuuM-aBkx0V9vu4w
[8] Ver Patrick Deneen (2018). Why Liberalism Failed, y; Adrian Vermeule (2019). Sacramental Liberalism and Ragion di Stato.
[9] Juan Donoso Cortés (1849). Tres discursos. Sobre la Dictadura.
Artículos de Opinión
Las cuentas claras: las razones de la Convención.
De un proyecto de democracia, todo indica que transitamos a una sociedad aristocrática, dominada por una nueva aristocracia de izquierda, con sus propios códigos, normas sociales, sanciones, credenciales de entrada y salida, y sus respectivos privilegios.