Artículos de Opinión

Estados Unidos y las protestas.

Demuestran claros excesos en la contención de ilícitos por policías locales y estatales, debido a que las reglamentaciones no están unificadas, y difieren en cada Estado, aun entre Condados, donde la dureza en los arrestos para impedir fugas, los producen. Sólo las agencias federales, actúan bajo una sola autoridad.

Se han desatado masivamente en varias ciudades de Estados Unidos, como en otras del mundo, a raíz del crimen que costó la vida de un afro-americano por un policía blanco en Minneapolis, Minnesota, alegando justicia y reformas en el accionar de las policías. Y hay otro caso en Atlanta, Georgia, que vuelve a producirse. Son atribuidos a intolerancia racial, y detonan muestras de repudio, aunque la segregación fuera abolida en los años sesenta. Demuestran claros excesos en la contención de ilícitos por policías locales y estatales, debido a que las reglamentaciones no están unificadas, y difieren en cada Estado, aun entre Condados, donde la dureza en los arrestos para impedir fugas, los producen. Sólo las agencias federales, actúan bajo una sola autoridad. Debemos también, considerar la existencia de diferentes criterios de tolerancia y padrones de comportamiento, según las políticas instruidas por Gobernadores y Alcaldes. Estos abusos, son los que reclaman cambios.
Las demostraciones han sido mayormente pacíficas, congregadas por reacción espontánea o por redes sociales. No obstante, algunas han derivado en destrozos y saqueos, utilizadas por grupos violentos y anarquistas. También en Washington frente a la propia Casa Blanca, con las reacciones de Trump, que amenazó acudir a los militares, sin facultades para hacerlo, y sólo pudo movilizar, brevemente, la Guardia Nacional. Quienes desfilan, ejercen una garantía Constitucional, bajo condición de no ocasionar daños públicos o privados.
Pese al enorme desarrollo americano, subsisten desigualdades; competencia por el éxito; tensiones por la pandemia; desempleo; crisis económica; sanitaria; sobreendeudamiento; y sobre todo, incertidumbre sobre su prolongación. Hay que agregar el clima pre-electoral por las presidenciales en noviembre, que se anticipan extremadamente reñidas, la que incide en politizarlo todo, confrontando partidos y candidatos. Si añadimos  el factor Tump, siempre desafiante y atacando a los no partidarios, la polarización es inevitable. Pocas administraciones enfrentan una sistemática campaña de oposición y desprestigio, que ha dividido los electores. Priorizó la economía, que prosperó con muy buenos resultados y lo posicionaba en las encuestas que aseguraban su reelección. La pandemia ha modificado esta tendencia, aunque ahora hay mejores signos de recuperación, que se encarga de resaltar, condicionada al efectivo control del virus, dado el número enorme de contagiados y fallecidos. Igualmente enfatiza el restablecimiento del orden, amenazado por las protestas, tan valioso para la población estadounidense, que teme a todos los excesos que modifiquen su modo de vida.
Economía y seguridad son las herramientas que tendrá que recuperar, si bien los Demócratas continuarán siendo implacables opositores, y nada reconocen. Las habituales campañas negativas de cierta prensa escrita y televisiva, lo demuestran, así como el intento de juicio político que no prosperó. Incluso su oponente, Joe Biden, ha retomado protagonismo, luego de un período de escasa actividad, y lo ha hecho criticando a Trump. Falta que logre convencer ofreciendo nuevas alternativas a sus partidarios y a las minorías raciales, siempre reticentes a ir a votar, con un programa propio, que no esté basado únicamente en contradecir a Trump.
Hay marchas en otros países de Europa que también han terminado en destrozos, inspiradas en la rabia desatada en EEUU. No es un hecho aislado, y muchas desean evidenciar injusticias e insatisfacciones propias, ya que no necesariamente es la indignación racial en Norteamérica, la que las causa de igual manera y con la misma magnitud, al no practicarse en la Unión Europea. Los extremos alcanzados en los desfiles en algunas ciudades, obedecen a otras motivaciones. Todavía menos, las destrucciones y atentados a estatuas de figuras históricas, en medio de un revisionismo cultural agresivo e intolerante, que pretende reescribirla. Resultan inaceptables e incomprensibles para la mayoría, que teme mayores excesos. Por cierto podrán controlarse, pero sus causas siguen latentes y deberán ser observadas con atención, a riesgo que se generalicen.
Tal vez, se han visto incentivadas por las múltiples restricciones de contención de un virus todavía vigente, que han sido aprovechadas no sólo para combatirlo, sino para acrecentar poderes institucionales. Los regímenes autoritarios encuentran en ellas un medio de aumentar sus capacidades; y los democráticos, una tentación y oportunidad, para afianzarse, así como un medio adicional para contener a oposiciones amenazadoras. Las tensiones consecuentes, podrían servir de estímulo a nuevas protestas y más reacciones. No resulta fácil equilibrar las restricciones a las libertades, para atender el bien mayor de la salud, a riesgo de conculcarlas para obtener más poder.
Sería politizar una grave peste global, sin concentrarse en su remedio. (Santiago, 15 junio 2020)

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