Considerar como “una gran victoria” las elecciones de una nueva Asamblea Nacional en Venezuela, como lo afirma el Gobierno, obedecería a una postura ideológica sin ninguna objetividad. Con el 70% de abstención, pese a las presiones y amenazas, sin mínimas garantías a la oposición, omnipresencia chavista antes, durante y después de los comicios, no evidencia la realidad electoral ni representa la auténtica voluntad ciudadana. Calificadas de fraudulentas e ilegítimas por quienes ya están saturados del régimen, en nada hacen cambiar la situación del país pese al intento gubernativo. No se han cumplido los requisitos mínimos de una verdadera democracia, y el régimen consolida el control total de un proyecto que, en definitiva, no adquiere ninguna validez.
No resulta grato referirse a las elecciones, y menos al régimen que gobierna, y que hoy celebra sus resultados como si hubieran podido ser diferentes dadas las circunstancias. Un tema que inspira reacciones contrapuestas, muchas veces fanáticas y sostenidas como una verdadera fe política. No las profeso, ni a favor ni en contra, e intentaré analizar lo ocurrido con la objetividad necesaria.
El régimen recibe las felicitaciones de ex mandatarios afines del Grupo Puebla en su reciente XVI sesión virtual en Caracas, y del ALBA-TCP, que intentan validarlas ciegamente. Aumenta el control de las instituciones, termina con el último reducto en manos opositoras, la antigua Asamblea, elegida el 2015, y demuestra que el proyecto revolucionario de hace 20 años, continuará indefinidamente. Enfatiza que las innumerables penurias actuales, que las propias autoridades reconocen, son de responsabilidad del consabido “imperialismo norteamericano”, la vieja consigna soviética, como si el tiempo no la hubiera superado.
Lo importante, es analizar los resultados que Venezuela muestra al mundo de esta prolongada era “chavista”, sin posturas que impidan ver la realidad, y sólo consideren los porfiados hechos, imposibles de ocultar o de justificar políticamente, o culpar a otros. Si los detalláramos resultarían abrumadores, y se debe afirmar, estadísticas en mano, que ninguno, absolutamente ninguno, resulta positivo, y que el deterioro ha hecho de Venezuela, un Estado fracasado y sumido en la miseria; con excepción de la minoría perteneciente al sistema, que no sufre carencia alguna y donde sus partidarios han sido generosamente beneficiados. En síntesis, el único país petrolero del mundo, que se empobrece cada vez más, sin ningún futuro, con un ingreso per cápita promedio inferior a un dólar americano mensual. Un logro trágico, que por sí mismo, habría desbancado cualquier régimen, en cualquier parte, que no esté impuesto por la fuerza de las armas. Tampoco hay resultados diferentes en países con gobiernos similares.
Las patéticas arengas de sus líderes, inflamadas de una retórica vacía, amenazas e insultos contra un enemigo todopoderoso, siempre presente y siempre improbable, pretenden exculparlos de toda responsabilidad aunque todo controle, y más aún, aumente su poder. Un contrasentido impresentable que se ha hecho habitual. Una propaganda que obtiene apoyos de líderes y regímenes que han intentado el mismo camino en Latinoamérica y otras partes del mundo, y no lo han logrado, o que ahora procuran una nueva oportunidad. Para ello, cuentan con los renovados esfuerzos y respaldo de quienes jamás han reconocido un resultado inexistente, y siguen ofreciendo volver con falsas expectativas, jamás cumplidas. Venezuela es la prueba irrebatible, aunque no quieran verla. Les resulta indispensable sostenerla, pues el término del “chavismo” sería su propio fracaso.
¿Qué más se necesita para que los países tomen conciencia sobre la situación venezolana? La comunidad internacional no ha validado estas elecciones. Imponen un sistema permanente por una reducida decisión ciudadana que no superaría el 20% efectivo. La Unión Europea las rechaza, así como 17 Latinoamericanos, la OEA, Estados Unidos, y otros países que siguen reconociendo al Presidente de la Asamblea Nacional como mandatario encargado, pese a todas sus atribuciones conculcadas, y que ahora será reemplazado. La propia Corte Penal Internacional, acepta el examen preliminar de presuntos crímenes de lesa humanidad en Venezuela.
Se intentó por los opositores una consulta paralela no vinculante por internet, hasta el 5 de enero, plazo en que finaliza la actual Asamblea. Se busca el pronunciamiento de la población sobre la prórroga del mandato actual, elecciones libres, verificables y transparentes. Han votado más de seis millones de venezolanos. La consulta, intenta deslegitimar la última maniobra eleccionaria de reemplazo de la Asamblea Nacional. Lamentablemente, pese a ello, sus resultados no serán evaluados casi con certeza. Pero falta lo principal, una oposición unida, no fragmentada, y una reacción de la población frente a la crisis que día a día se agrava, y que se responde con mayor control, amedrentamiento, y represión.
Nada indica que el régimen pudiera conceder algo, aunque sea mínimo, para recuperar la institucionalidad y enfrentar la crisis generalizada. Si recordamos regímenes y situaciones similares del pasado, podemos avizorar el resultado esperable. Cuando terminan, casi siempre sucede de mala manera, con sus responsables purgados, presos, o ajusticiados. Las autoridades de hoy lo saben, y aumentan su control precisamente por temor a la reacción ciudadana. No existe un detonante preciso y las causas pueden ser muy variadas, pero hay un momento en que la población considera haber sobrepasado los límites tolerables, y actúa. Ni los sistemas más férreos y poderosos han logrado contrarrestar al clamor popular. Cuando ocurre es definitivo.
Por ahora, el régimen festeja estas dudosas elecciones, aunque nadie objetivamente, sería capaz de saber hasta cuando subsistirá esta situación venezolana desastrosa e incomprensible. (Santiago, 19 diciembre 2020)
Artículos de Opinión
Elecciones no reconocidas en Venezuela.
Con el 70% de abstención, pese a las presiones y amenazas, sin mínimas garantías a la oposición, omnipresencia chavista antes, durante y después de los comicios, no evidencia la realidad electoral ni representa la auténtica voluntad ciudadana.