Artículos de Opinión

Comenzó la era post-Chávez.

Todo se decidirá el 14 de abril, por el voto de los venezolanos. Un tiempo extremadamente corto para decidir por sobre las emociones, presiones, consignas y 14 años de chavismo omnipresente. Con el líder todavía camino a la sepultura junto a Bolívar, comparando lo incomparable. En urna de cristal, según el ritual marxista, socialista o populista, que han preservado a Lenin, Mao, Eva Perón, y otros; luego de una enfermedad envuelta en el misterio, y un funeral con dos ataúdes. Por todo ello, la campaña se anuncia plena de confrontaciones, entre posiciones irreconciliables. Una trascendente decisión del electorado de Venezuela, en condiciones extremas. Con todos los excesos permitidos. Salvo el ejercicio pleno, secreto, informado y reflexivo que son indispensables para una democracia verdadera.
Pero será una nueva etapa, a pesar de todo. Atrás quedará la obra de Hugo Chávez, sus innegables aciertos y la revalorización de miles de los venezolanos más pobres, que la aprecian y veneran. Junto a un despilfarro irresponsable de enormes riquezas, que no han beneficiado al país, sino a un régimen poderosísimo; crisis económica; desabastecimiento; criminalidad y, por sobre todo, una confrontación ciudadana donde el odio y el revanchismo, han reemplazado la convivencia. Un liderazgo indiscutido de un caudillo notable, como Chávez, que muy difícilmente será traspasado a un heredero designado, nunca electo, y obviamente sin los mismos atributos. Por ello, al oficialismo, sólo le quedará el camino de radicalizar sus posiciones, redoblar los ataques y acusaciones a un enemigo indeterminado, contra quien proseguir la lucha. Y que consabidamente está entre la burguesía, el capital, los opositores internos y externos, en especial, Estados Unidos. Un guión conocido desde la década de los años setenta.
Al frente, una oposición que en un mes deberá destronar un mito, mostrar un realismo donde nunca ha existido; ofrecer tiempos mejores con responsabilidad y sin derroches ni asistencialismos; derrotar una eficiente maquinaria electoral que siempre la venció, compitiendo o no, electoralmente; llamando a reflexionar a quienes no lo han hecho por 14 años; y suplantar el trono del caudillo vacío, en pleno duelo por su partida. Al igual que el oficialismo, la oposición deberá endurecer su propuesta. Ya lo ha hecho Capriles al aceptar competir.
Y está el ámbito exterior Latinoamericano. Con sucesores que pretenderán apropiarse de la revolución chavista. Por sus claros dividendos políticos, pero también por la generosa billetera que por tantos años les auxilió. Tampoco será fácil para ellos. No son Chávez ni tienen su habilidad ni su dinero. Podrán inventar conspiraciones, como Evo; llorar fríamente y estudiar sus próximos movimientos, como Raúl, ante la próxima desaparición de Fidel; o invocarlo como una fuente indispensable de inspiración, como varios otros seguidores incondicionales.
Una era a todas luces sumamente difícil, en lo interno como externo para Venezuela, y para nuestra siempre sorprendente región latinoamericana.

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