Semanas atrás se ha informado que la transnacional AIG fue multada en cerca de 300.000 dólares norteamericanos por la OFAC(Oficina de Control de Bienes Extranjeros, dependiente del Departamento del Tesoro Estadounidense) por emitir y renovar pólizas de seguros a un canadiense en Cuba, entre los años 2006 y 2009. La agencia de viajes con sede en Argentina despegar.com recibió días atrás una severa y disuasiva sanción: 2,8 millones de dólares por vender boletos aéreos y reservas hoteleras para estancias en la isla. Las historias son muchas: el año 2011, Metlife fue multada por la OFACen 23.000 dólares por el simple hecho que la sucursal de Nueva York emitió un cheque a nombre de un cubano. Todo esto representa la punta anecdótica de un iceberg inconmensurable: el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba. ¿Tiene justificación jurídica, práctica o al menos sencillamente razonabilidad la mantención de una política semejante nacida hace 50 años o tendrá algo de razón un ex gobernador de Florida que recientemente la ha llamado una “reliquia ineficaz”?
El bloqueo norteamericano a la isla no se entiende si no se conoce la historia de ambos países desde mediados del siglo XIX, si no se recuerda el hundimiento del Maine y la esquizofrenia colectiva que le siguió, si no se recuerda la época y la influencia de la prensa amarilla, esa que recrea la película Ciudadano Kane, si no se tiene en vista los orígenes y la justificación de la insólita Enmienda Platt, etcétera. Pero las sanciones económicas propiamente tales se remontan a los inicios de los sesenta con la ruptura de relaciones con Cuba y la reducción de la cuota azucarera bajo el gobierno de Eisenhower, que mas tarde fue enteramente eliminada en la presidencia de Kennedy. Y luego todo fue agudizándose con diferentes explicaciones. En los años sesenta el gobierno norteamericano justificaba el bloqueo en torno al peligro soviético; en los setenta, parecía necesario ante la ayuda militar cubana a algunos países africanos, recientemente independizados. Desde los años 80 y sobre todo a partir de la caída del muro de Berlín, las explicaciones se pierden en una nebulosa. Pero para nadie es un misterio: simplemente el gobierno estadounidense usa esa herramienta para acelerar cambios, sobre todo en las instituciones políticas, que desde hace un par de décadas espera como inminentes, pero que a su pesar no han llegado.
El bloqueo económico está representado por un complejo cuerpo normativo, constituido principalmente por la Ley de Administración de las Exportaciones (de 1979, que da atribuciones al Presidente de la Republica para restringir exportaciones y reexportaciones de bienes y tecnologías); la Ley Torricelli, (de 1992, que prohíbe a subsidiarias norteamericanas en terceros países hacer transacciones con Cuba o cubanos, la entrada a territorio norteamericano durante 180 días a barcos de terceros países que hayan tocado puerto cubano, entre otras restricciones); la Ley Helms-Burton (promulgada bajo el gobierno de Clinton, en 1996 que persigue desestimular la inversión extranjera e internacionalizar el bloqueo); y todo un conjunto de Regulaciones de Administración de las Exportaciones, que las prohíben hacia Cuba y que se encuentran amparadas en la Ley de Comercio con el Enemigo (Ley TWEA, por sus siglas en inglés), de 1964.
El asunto es muy problemático desde el punto de vista del derecho internacional, carece de todo sentido práctico, aún desde las expectativas de la administración estadounidense y cuestionable desde el punto de vista de los principios éticos que deben regir las relaciones entre los pueblos. En cuanto a lo primero, porque el bloqueo resulta incompatible con el principio de la autodeterminación consagrado en la Carta de las Naciones Unidas en 1945, la Declaración de los Derechos Humanos adoptadas por su Asamblea General, en Paris en 1948 y los Pactos Internacionales de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; y de Derechos Civiles y Políticos. Resulta también incongruente con la Resolución 2625, de 24 de octubre de 1970, del XXV Período de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que declaró la igualdad soberana de todos los Estados, el principio de la libre determinación de los pueblos y de no intervención en los asuntos que no sean de su jurisdicción interna. Establece esta Resolución que «ningún Estado puede aplicar o fomentar el uso de medidas económicas, políticas o de cualquier otra índole para coaccionar a otro Estado, a fin de lograr que subordine el ejercicio de sus derechos soberanos y obtener él ventajas de cualquier otro. Todo Estado tiene el derecho inalienable de elegir su sistema político, económico, social y cultural sin injerencia en ninguna forma por parte de ningún otro Estado”. Sin entrar en detalles, cabe además recordar que el bloqueo (que no es un simple “embargo”) es, conforme a la Declaración sobre el Derecho a la Guerra Marítima, emitida en la Conferencia Naval de Londres de 1909, un “acto de guerra”. No se ve de qué manera puede haber guerra entre ambos países. Por las dudas y sólo para ser tenido en cuenta, cabe recordar que en la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) realizada en enero pasado en La Habana, se ratificó el Comunicado Especial de 5 de junio del año pasado que rechaza la inclusión de Cuba en la Lista de Estados que promueven el terrorismo internacional.
El bloqueo carece además de todo sentido práctico. En EEUU, el Peterson Institute for Internacional Economics acaba de publicar un libro titulado “Economic Normalization with Cuba: A Roadmap of US Policymakers” (escrito por Gary Clyde Hufbauer y Barbara Kotschwar). El estudio concluye en que ambos países tienen mucho que ganar con el fin al bloqueo y la reanudación de relaciones comerciales. Se calcula que Estados Unidos podría exportar a Cuba 4.300 millones de dólares anuales (hoy sus exportaciones ascienden aproximadamente a 400 millones al año, principalmente productos agrícolas y ganaderos y medicamentos) y Cuba a Estados Unidos, por su parte, alrededor de 5.800 millones de dólares anuales. Y en un tema tan sensible para EEUU, como es el energético, las perspectivas son más interesantes aún: Cuba tiene reservas probadas de 100 millones de barriles de petróleo, pero produce en la actualidad 51.000 barriles diarios, que no cubren sus necesidades energéticas.
No es fácil un cambio, desde ya, porque existen intereses creados en ambos países, de conglomerados que viven a expensas de triangulaciones que sólo se justifican por el bloqueo. Además, porque en su mayor parte, éste se sustenta en normativas legales que requieren del Congreso para ser modificadas. Pero se pueden dar pasos desde los otros poderes del Estado. Un ejemplo: en mayo del año 2012, la Corte Supremadenegó a la compañía Cubana Cubaexport el derecho a renovar el registro de la marca Havana Club en la Oficina de Marcas y Patentes de los EEUU, por oposición de la OFAC. Decisiones de este tipo son impresentables e injustificables; evitarlas a futuro pueden ser gestos importantes en una normalización de relaciones comerciales.
Mientras tanto, continúa el daño económico que ha causado el bloqueo al desarrollo de la isla, desde 1959 y que es inmenso. En Internet se especula en torno a cifras en billones de dólares. Sin duda es muy difícil cuantificarlo, pero lo cierto es que a estas alturas parece insostenible la tesis de quienes sostienen que el bloqueo es sólo una excusa para justificar el estancamiento, en realidad provocado por el sistema político y económico imperante. Hay daños en la industria turística (un ejemplo absurdo es la prohibición estadounidense que impide que operen las tarjetas American Express y Mastercard), enla Aeronáutica Civil, en el transporte, en el campo del deporte y de la cultura; en el sector energético. Y en la misma producción alimenticia. Piénsese solamente que la falta de productos químicos necesarios para el cultivo de la caña de azúcar viene afectando los rendimientos desde 1990 y la carencia de combustible impide avanzar en los niveles de mecanización de la zafra. Los que pagan los costos son todos los cubanos. Y se entiende entonces lo que hay detrás de la publicidad caminera que se ve en los alrededores deLa Habana: “Bloqueo económico: el genocidio más largo de la historia”.
El bloqueo económico a Cuba es, literalmente anacrónico: no se condice en ningún aspecto con la realidad actual. Es preciso comprender que las cosas en la mayor de las Antillas, están cambiando. Estuve en Cuba todo el mes de febrero pasado recorriendo ciudades y pueblos y conversando a fondo con la gente. Sufre deficiencias evidentes en sus instituciones políticas, en transparencia y en la libertad de prensa, entre otros aspectos. Pero es un país ordenado, con bajísimos niveles de delincuencia, que tiene avances interesantísimos en investigación genética, que pese a las dificultades ha obtenido recientemente el reconocimiento dela FAOpor cumplir con antelación su meta de reducción del hambre y ha sido elegido para presidir la 67ª Asamblea Mundial dela Saludentre el 19 y el 24 de mayo próximo, lo que puede ser visto también como un reconocimiento a sus éxitos en materia de prevención, cobertura y protección de la salud. Se están desarrollando con mucho esfuerzo obras públicas. Su nivel de alfabetización es el de un país desarrollado. En enero pasado la presidenta de Brasil inauguró un puerto de contenedores que representó una inversión de 700 millones de dólares de ese país en Mariel, al oeste deLa Habana. Seha dictado recientemente una audaz Ley de Inversión Extranjera para expandir hacia otros países relaciones comerciales sólidas y cuantiosas como las que tiene hoy con Rusia, China y Brasil, entre otras naciones. Son cambios que reflejan un nivel de adaptación impensable en los tiempos de Busch o de Clinton y que me llevan a pensar que más que una caída estrepitosa del régimen deben esperarse transformaciones paulatinas pero sin vuelta atrás.
Todo esto sucede mientras la Comisiónde Asignaciones del Senado de los EEUU investiga el programa encubierto “Zunzuneo”, mediante el que se financiaba y sustentaba, con dineros públicos, una red social supuestamente originada en forma espontánea entre la disidencia de la Isla. Unprograma que fuera calificado por el Senador Patrick Leahy de “estúpido, estúpido, estúpido”. Es lamentable. Cuba no es hoy una amenaza para Estados Unidos, si es que alguna vez lo fue. El bloqueo ha demostrado ser ineficaz para generar cambios y no tiene más consecuencia que un daño injustificable al desarrollo de la isla. Es de esperar que en los próximos años la política exterior hacia Cuba se sustente en mayores niveles de objetividad, racionalidad y de sentido práctico y se puedan reestudiar normativas que no tienen más explicación que temores ideológicos que hace años perdieron vigencia. En 1992, la Asamblea Generalde las Naciones Unidas aprobó, con el voto de 59 países una Resolución titulada “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unido de América en Cuba”. El año 2002, 173 países la aprobaron y el año pasado fue respaldada por 188 Estados. Es una tendencia auspiciosa (Santiago, 20 mayo 2014)