Artículos de Opinión

Libertad de pensamiento: algo más que un neuroderecho.

Considero dos premisas erradas: primero, la libre autodeterminación de las personas no es un neuro derecho más, sino el más relevante y trascendente, madre de todos los demás; y, segundo, no se trata de una amenaza futura, parecida a las películas de ficción, sino de una realidad globalmente en curso, hace años ya, como modelo exitoso de negocios y servicios de manejo de audiencias.

Libertad amenazada y lesionada ahora, no en un futuro imaginado.
Chile puede afirmar ser el primer país en aprobar en su Parlamento una reforma de nivel constitucional sobre los atentados tecnológicos a la autodeterminación personal. Pero el salto quedó corto y desviado. Considero dos premisas erradas: primero, la libre autodeterminación de las personas no es un neuro derecho más, sino el más relevante y trascendente, madre de todos los demás; y, segundo, no se trata de una amenaza futura, parecida a las películas de ficción, sino de una realidad globalmente en curso, hace años ya, como modelo exitoso de negocios y servicios de manejo de audiencias, a lo que me referiré un poca más en detalle.
Otro aspecto no menor del asunto es que, si la defensa y protección del libre albedrío no es abordado también por la Convención Constituyente, será un fuego de paja, breve e inútil. Trataré por lo mismo de reforzar, como otra ciudadana amenazada, la necesidad de establecer como Estado la garantía al derecho humano más humano: la autodeterminación del pensamiento y la voluntad personales.
Hecho relevante:
La Cámara de Diputados de Chile, el pasado 30 de septiembre, aprobó con 121 votos y 5 curiosas abstenciones el Proyecto que declara proteger los neuro derechos, ya aprobado por el Senado de la República. Chile, mediante esta ulterior –y tal vez última—reforma constitucional a la deslegitimada CPR vigente, deviene en el primer país en consagrar al más alto nivel los derechos de nuestro cerebro en el contexto de la revolución científico-tecnológica en vertiginosa y, en mucho, exponencial expansión en el mundo en que vivimos. Debemos reconocer la visión y tenacidad del senador Girardi en este singular desafío, global e invisible a los sentidos, y de penetración viral, más aún que Covid 19 y sus variantes. El fenómeno en curso es tan sutil, sordo, que los medios celebran esta medida legislativa como una anticipación de un futuro pendiente, por llegar, en circunstancias de estar hace rato activo, como lo demuestran el caso Cambridge Analytica (2013, uso de  información de datos de 50 millones de usuarios Facebook para inferir sus perfiles), y el más reciente asalto del 6 de enero pasado al Capitolio de los EEUU. Una nueva filtración desde Facebook (de la ex analista de datos de la tecnológica Frances Haugen), revela que pasaron por alto el uso que teorías de la conspiración y de mensajes extremistas en la  plataforma, que estaban enviando reales alertas sobre el asalto al Capitolio en preparación, como informa este domingo 24 de octubre el diario El Mercurio.
Algo más que intervenciones directas sobre el cuerpo neurológico
Está golpeado y crecientemente amenazado nuestro singular pensamiento humano y sus extraordinarias capacidades desconocidas para las demás especies terráqueas. El tema en el mundo está solo bajo la lupa de la neurociencia, a raíz de su creciente conocimiento sobre el modo de conocer que opera en nuestro cerebro y, por muchos, confundido con las intervenciones clínicas y químicas sobre el órgano que preside nuestras decisiones, sin perjuicio de las otras varias inteligencias celulares de las que somos titulares.
Así también lo estaría considerando la temática pre-fijada por la Comisión Constituyente sobre conocimiento, tecnologías, culturas, artes y patrimonio, limitando el tema a riesgos observables en el campo y horizonte de la bioética, supuestamente dejando de lado la intervención sobre el pensamiento humano que opera desde lo social, lo político y los negocios de diversa índole (solo indico algunos, sin asimilarlos, por cierto).
Lo anterior es cortedad de vista; particulariza algunos riesgos y entra en la casuística siempre derrotada por la multifacética realidad. El riesgo humano en curso -a juicio de los académicos del Centro Sociedad Tecnológica y Futuro Humano (STFH) de la Universidad Mayor, a la par de las grandes Universidades de Oxford, Cambridge y Jerusalén- excede con mucho lo biológico y la democratización en el acceso a las tecnologías.
El riesgo que está enfrentando la Humanidad en el planeta es actual, creciente, viral, y  viene desde lo social, con intervenciones en las redes sobre  las distintas culturas y audiencias grupales e impactando la libre determinación de sus individuos humanos. Frente a este riesgo no basta la bioética ni sirven los formularios sobre “consentimiento informado”.
En lo social comercial –conscientes los doctos actores tecnológicos de su invasión—nos piden aceptar larguísimas  condiciones y difíciles cookies, meras formalidades no accesibles en su verdad y profundidad al conocimiento popular.
Además, no contrapesa la visión parcial reseñada el programa de análisis de  la Comisión sobre Derechos Fundamentales de la Convención Constituyente, la que también anuncia una temática fragmentada reducida a la casuística dirigida a garantizar las específicas libertades tradicionales conocidas y, sobre todo, a explicitar derechos sociales hoy deficitarios, sin abrir la mirada a los derechos sociales y políticos que plantea el contexto contemporáneo, regido por el avance científico-tecnológico en las comunicaciones y el manejo de la información.
El camino actual de las libertades garantizadas
Los derechos garantizados en los pactos sociales que presiden en principio los distintos Estados contemporáneos –con o sin real implementación– consideran derechos tradicionalmente conocidos como civiles, políticos y sociales. Los civiles, en su área, a los que me referiré sin desconocer la importancia y rol de los demás derechos constitucionales, levantan resguardos protectores de nuestra individualidad, de quién creemos ser o aspiramos a ser. Cada uno se siente titular de libertades personales que le permiten ser y actuar frente a los demás y al Estado como cree bueno, mejor, debido, o derechamente más conveniente.
La CPR vigente considera la libertad en modo relativo a sus expresiones y ámbitos (libertad de credo, de emitir opinión, de enseñanza, de trabajo…) y sólo las menciones del artículo 19 sobre la libertad de conciencia y la integridad psíquica se acercan al riesgo actual que merodea la libertad individual. La libertad de credo podría ser de pensamiento, pues uno cree según piensa, pero no ha sido ese su trasfondo ni es su sentido actual.
En los tiempos anteriores no se sintió amenazado el pensamiento mismo ni la voluntad decisoria personal. Hoy ese riesgo y lesiones son una realidad en curso y progresiva, capaz de condicionar sordamente dónde queremos estar, qué queremos hacer, qué opinamos, entre otras expresiones de nuestras libertades varias. Todos estamos al alcance de la agresión con la celularización de la conexión a la web y la instalación creciente –pues es exitosa—de modelos de negocios fundados en algoritmos y “perfiles de usuario y gestión de audiencias”, en el manejo de asuntos comerciales, culturales y políticos. Mercados y audiencias alcanzables más allá de la distancia y en modo instantáneo.
De bueno y de malo:
Ventajas tecnológicas conviven con ataques a nuestro libre albedrío.
Para muchos tal amenaza y daño no son posible, se trataría de una falacia.
Pero hay dos hechos determinantes. Por una parte, la capilar cobertura de la web y, por otra, la eficiente dualidad lograda por los gigantes tecnológicos: servicio casi gratuito para los usuarios y venta a terceros operadores en lo humano de servicios de manejo de audiencias para condicionar y programar preferencias o constructoras o deconstructoras. ¿Acaso el Talibán no navega on line? ¿Acaso las tendencias derivadas de los influencers no surgen y se expresan on line? ¿Acaso los grupos no se movilizan en red, desembarcando a la hora señalada en el lugar predeterminado? ¿Acaso las corrientes antivacunas no se inyectan en la red? ¿O Donald Trump no convocó a su grupo al Capitolio usando redes?
Sin duda –y soy entusiasta usuaria—las tecnologías son un gran logro humano y otorgan grandes beneficios: más información accesible, más servicios alcanzables incluso en pandemia, mayor velocidad en todo tipo de operaciones y transacciones, mayor integración territorial, anulando el obstáculo de la distancia y de los muros que impone la geografía. Nos servimos para bien de los sistemas de delivery con sus ágiles motocicletas y esforzadas bicicletas, y compramos on line en comercios, restoranes y farmacias enviando las recetas adjuntas. Y muchos han creado nuevas actividades laborales gracias a las ventajas  tecnológicas disponibles.
En paralelo se desarrollan los ataques a nuestra libertad esencial, amenazando nuestra identidad, pues poseemos un pensamiento vulnerable.
Recién, gracias a los avances científicos, especialmente en neurociencia, vamos entendiendo que el pensamiento –que nos identifica como humanos— es vulnerable en sí mismo. Eilon Vaadia inauguró nuestro año académico en la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor, con su hipótesis: la “realidad personal” no refleja verdaderamente la “realidad real”, pues la “realidad personal” se genera en “conversaciones en curso” entre el cerebro y el mundo externo; el cerebro interactúa con el mundo mediante “bucles” de controladores y predictores; así nuestra “realidad interna” se compone de actualizaciones operadas por las funciones de control y predicción. Esas funciones se alimentan a través de nuestros cinco sentidos: qué vemos, qué oimos…,  y las señales recibidas son interpretadas por nuestro cerebro, creando modelos propios, internos y personales, de la realidad mediante computación adaptativa, dinámica e imaginativa. (Computación, sí, tal como la que los científicos y técnicos han “creado”, copiando y logrando un pálido reflejo de nuestro notable modo de pensar).
Y nuestro cerebro humano es aun más maravilloso, si los mecanismos de percepción lo dejan en duda, es proactivo, creativo e inventa o imagina realidades, de ahí nuestra capacidad científica “descubridora” y nuestra invaluable capacidad artística.
Ese portento de lo humano debe ser protegido en todo su ancho y toda su hondura.
Otras premisas condicionantes del modo de conocer humano.
La visión de nosotros mismos y de las cosas y relaciones frente a lo colectivo y a los “otros” en nuestro camino, no depende solo de nuestro cerebro, pues este es formateado, en medida no definida, por el “espacio” y “luces” que nos ha dado y que nos abren o cierran nuestro contexto real. Lo que sabemos, creemos, amamos o detestamos, está condicionado por nuestro multifactorial trayecto de vida, con sus grandes y pequeños afluentes: pertenencia geográfica y situación geopolítica de nuestra nación en el mundo; familia; religión; estrato económico de partida, de camino y de llegada; identidad sexual; características físicas; empatía, distancia o rechazo del entorno humano y de  las experiencias, vividas desde la infancia; en fin, todos hemos visto como se autodefinen y agrupan los individuos por ciertos rasgos que consideran de la mayor relevancia existencial. Poniendo casos extremos podemos creer que cada uno no valora ni ve lo mismo –, y no aspira a proyectos sociales análogos quien nace en un espacio acomodado nórdico europeo en paz, y quien nace y vive en Medio Oriente, en un escenario de apasionados credos y cruzadas religiosas y de conflictos geopolíticos constantes, o en territorios y culturas en que rige la exclusión de la consideración sexual bilateral para las mujeres, cercenadas físicamente en su primera infancia. Así también tienen enfoques diversos quienes pertenecen a poblaciones sumidas en la anomia y en la moderna piratería, como en el Cuerno de África. Lo anterior es más o menos evidente, pues  implican hechos del mundo físico, directamente perceptibles.
El espacio en que ahora navegamos y su mar de fondo.
La humanidad de nuestro tiempo –y la en ciernes que nosotros estamos nutriendo—transita por escenarios inmateriales, virtuales; navegamos en Internet. En ese espacio virtual operan, avanzan y aceleran actores potentes y globales –con los modelos de negocios y operación antes señalados, como Google, Amazon, Apple, Microsoft y Facebook, los que, naciendo como redes, evolucionan y son dueños de otras notables redes como WhatsApp e Instagram. Esos gigantes tecnológicos que luchan por el control del globo con el gigante chino Huawei, hasta donde sabemos, crean y administran aplicaciones (apps, muy útiles para los usuarios) y redes (rrss, modernas ágoras amuralladas donde muchos encuentran a sus iguales y disfrutan de sus recíprocos “me gusta” y refuerzan sus convicciones, frecuentemente configurando grupos que desprecian y denostan a los demás), entre ellas, los conocidos Twitter o Tiktok.
No olvidemos lo que declararan Christopher Wylie y Alex Tyler (exoperadores de Facebook) en entrevistas a la BBC, a propósito de Cambridge Analytica: “…Navegando on line empiezas a ver un blog por aquí, un sitio de noticias por allá, que parecen creíbles aunque nunca oíste hablar de eso y ves en muchas partes una cantidad de noticias que no reflejan los medios”, y… “puedes usar (perfiles) para saber cómo segmentar la población para darles mensajes sobre temas que les importan, y usar un lenguaje e imágenes con los que es probable que se involucren». Y “logras establecer desconfianza en las instituciones… empiezas a deformar la percepción… consigues que la gente cambie sus decisiones.”
Una realidad en desarrollo exponencial  
Todas las apps, rrss, operaciones y servicios on line se potencian vertiginosamente mediante el crecimiento de la capacidad de captura y cruce de grandes masas de datos (big data) y el  uso científicamente avanzado de esos datos (data science).
Además, y muy específicamente, los estimula el descubrimiento y desarrollo como disciplina científico-tecnológica de métodos de persuasión tecnológica (captología), como ocurre, por ejemplo, en el Laboratorio de Diseño de Comportamiento, en Stanford, y el perfeccionamiento de programas para filtrar y dosificar información específica para perfilar usuarios/objeto, proyectando con creciente exactitud, lo que pensarán, querrán y harán para interferir sus decisiones.
Hoy por hoy se busca y se puede interferir derechamente en la cultura social para impulsar, como derivadas, campañas políticas, comerciales u otras agitando vecindades anidadas en sus redes con una bien estudiada, veloz y viral “fake news”. También se puede incitar a un linchamiento en la plaza virtual con un ingenioso hashtag odioso, o persecutorio.
¿Cómo defender nuestra identidad, propiedad, autonomía de pensamiento?
Nosotros, los individuos legos, respecto de ese mar de fondo, más riesgoso que  la superficie a la vista. Creo que estamos desarmados para defendernos.
Es por eso que pasa a ser un deber contemporáneo de los modernos Estados, ineludible, garantizar el derecho humano esencial al libre albedrío, a la autonomía de nuestro pensamiento y determinación.
Insisto, ya no está sólo amenazada la libertad indiscutida y consagrada de opinión. En los tiempos que corren está amenazado el pensamiento mismo, fuente de toda determinación humana, singularmente imputable, de la voluntad. La educación, desde la primera infancia, juega aquí un rol insustituible: educar para la lectura crítica y el uso consciente de las tecnologías de la información.
Difícil es en el mundo entero hincarle el diente a esos agresores, gigantes tecnológicos y que hoy se disputan el planeta mediante la fuerza del control capilar de las comunicaciones. La guerra de las potencias dejó atrás el simple uso de la fuerza física. Quien controla tecnológicamente a estados y territorios, y puede paralizar o desviar  sistemas, conectar y desconectar servicios e insumos sociales esenciales, tiene el poder. Yuval Harari es muy claro al respecto.
Bueno, esta es sólo una pincelada gráfica de nuestra era.
En lo relativo a los derechos humanos personales ya no basta garantizar las expresiones y manifestaciones de la libertad, debemos garantizar la libertad madre de todas ellas, nuestro libre arbitrio, la autodeterminación de nuestra voluntad que, en cuanto especie y sujetos históricos y de contexto, somos capaces.
¿Cómo garantizar esa libertad?
Muy difícil y poco profundizado asunto.
Pero, en todo caso, primero, reconocerla y declararla, obviamente, como ha hecho el Congreso Nacional. E incorporarla expresamente a los derechos fundamentales del ser humano. Distintas iniciativas buscan hacerlo en ONU.
Luego, disponer mecanismos legales de distinto nivel para implementar en modo flexible a los cambios, casi permanentes en la materia, que se adecuen oportunamente a los retos del contexto y, especialmente, que  regulen  la dualidad de servicios arriba señalada: ningún ser humano puede ser objeto de tráfico de su pensamiento ni forzada ni desviada su voluntad,  por decirlo en modo extremo. Si el tráfico de personas es detestable, más lo es el tráfico de conciencias.
El tema es muy complejo y lo analizan desde hace años la Comunidad Europea y el mundo anglosajón, dictando normas de nivel intermedio, pero aun muy centradas en el resguardo de la privacidad, que es solo un aspecto.
No se puede tapar el sol con un dedo, y la humanidad navega irreversiblemente on line y el poder tecnológico se ha concentrado y abarca más que todo imperio conocido.
Pero claro, tomemos del avance científico y tecnológico  lo bueno para el ser humano y el bien público. Se trata de logros de la especie humana. Nada nuevo, hasta un simple martillo puede ser usado para bien clavando clavos, y puede ser usado para mal partiendo una cabeza. No es culpa del martillo.
Hoy por hoy, simplemente,  debemos reformular, trayendo el asunto  a los tiempos actuales, la garantía de libertad individual humana, enfrentada a riesgo propios de la era. (Santiago, 26 octubre 2021)
 
 
 

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