Hacer un análisis de la situación internacional, nunca ha sido fácil, menos ahora y en pocas líneas. Nos enfrentamos a tantas y tan diversas situaciones, que dejan la más seria de las interrogantes: si el sistema internacional imperante será capaz de responder a estos nuevos desafíos. Parece natural plantearlo, porque los métodos que el mundo acordó en diversos ámbitos, luego que todos fueron trastocados desde sus raíces al finalizar la última Guerra Mundial, hoy muestran preocupantes indicios de que ya no tienen la misma amplitud, ni igual vigencia. No es necesario hacer un recuento pormenorizado de los enormes avances experimentados desde entonces. Los vivimos a diario y muchas veces nos asombran, sin conocer hasta dónde seguirán evolucionando. Pero, tal vez, no ha ocurrido lo mismo con las bases de la convivencia internacional, donde su adecuación y evolución colectiva, no siempre ha seguido igual ritmo individual acelerado.
Si tomamos como ejemplo la Carta de las Naciones Unidas y la práctica multilateral, nos podrían parecer detenidas en un tiempo que ya no es el mismo, en ocasiones rutinario, consabido, y sin que incida verdaderamente y de manera eficaz, en la superación de tantas y nuevas necesidades que a diario aparecen. Es cierto que el mundo ha experimentado más de setenta y cinco años de paz global. Un éxito notable, si se compara con cualquier período anterior y de cualquier Siglo pasado, a pesar de que existen las armas nucleares capaces de aniquilar, varias veces, el planeta. El precario equilibrio alcanzado, naturalmente que ha contribuido, pero no hay que menospreciar el sistema de seguridad colectiva y las competencias del Consejo de Seguridad, también han hecho lo suyo. A pesar de sus muchas imperfecciones y de representar un momento histórico preciso de vencedores y vencidos, que se buscó prolongar sin término, ha funcionado y evitado, hasta ahora, una nueva confrontación a escala mundial, sobre la base de que los Cinco Miembros Permanentes, están obligados a ponerse de acuerdo, sin imponerse los unos a los otros al ejercer su derecho a veto, al menos directamente; lo que no ha impedido de que muchas veces se hayan confrontado indirectamente. Potencias que hoy han sumado a otras, lo que todavía se evalúa sin decisión.
Pero estamos hablando de la paz y seguridad internacionales, que no tiene una definición precisa y que hay que entenderla como la ausencia de la amenaza o del uso de la fuerza armada en las relaciones internacionales, aunque claramente no es la única forma en que pueda manifestarse. Aquí tenemos un ejemplo evidente de que las agresiones entre los países, incluso entre las potencias, pueden manifestarse de muchas y nuevas maneras, igualmente perjudiciales. No es necesario tropas, invasiones, bombardeos y otras formas de agresión, para derrotar completamente al adversario. Las hay menos violentas, aunque de iguales efectos devastadores, como impedirles su comercio, competencias desleales, desabastecimiento de bienes y servicios, imposición de condiciones de todo tipo, negación de acceso al progreso electrónico o simplemente, intervenirlo haciéndolo inservible; y hasta negarles medicamentos (o las vacunas en la actualidad), para producir el colapso sanitario y extensas pérdidas de vidas. Entre muchas otras manifestaciones hostiles, sin disparar un solo tiro.
Es precisamente donde el sistema que conocemos, se muestra menos eficaz y presenta debilidades ante tantas nuevas situaciones, las mismas que cambian y evolucionan constantemente. En gran medida, porque los ideales incorporados en los Propósitos y Principios de la Carta ONU, ya no tienen la fuerza rectora inicial, ni el compromiso de los Estados. También muestran atisbos de una evolución menos evidente, pero que igualmente los socaba. Si estas tendencias se profundizan y no hay las reacciones correctivas necesarias, corren el riesgo de transformarse en enunciados meramente declarativos, intrascendentes, sin que comprometan las conductas de muchos países. Naturalmente no son buenas noticias, pero tenemos algunos casos que se reiteran, aunque se denuncien sin resultados, lo que se transforma en un ejercicio inútil. No es necesario entrar a identificarlos cada uno, pero para nadie que siga el campo internacional resultan desconocidos quienes insisten en controversias, reales o fabricadas, susceptibles de amenazar la paz. O no practican las relaciones de mistad, cooperación en problemas económicos, sociales, culturales, humanitarios, estímulo y respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión. Muchos los tenemos a la vista en algunas regiones, y hay varios países donde persisten. En algunos casos se agudizan, a pesar de las sanciones que se les aplica y que pretenden erradicar dichas prácticas.
Hay oportunidades en que sistemas como el democrático representativo, unido a las libertades necesarias, se practican de forma restringida. Autoritarismos crecientes, incluso de Potencias Mundiales, acrecientan su ejercicio, sin que las denuncias surjan ningún efecto ni logren hacer cambiar su rumbo inexorable. Simplemente no lo hacen y no hay ningún signo de que varíen su accionar. Tampoco se aprecian las necesarias garantías de libertad, respeto a las disidencias, alternancia garantizada del poder que se procura de forma permanente. En ocasiones, mediante una involución a regímenes del pasado, sin considerar fracasos evidentes, ni experiencias antiguas, como si no hubieren ocurrido y causado infinidad de penurias, que cualquier análisis histórico objetivo ha dejado en evidencia. Igualmente, situaciones ilegales para un derecho internacional, incluso evolutivo, que las ha identificado reiteradamente y procurado sancionar, subsisten impunemente. No son la regla general, pero existen, se toleran o simplemente se consideran sin solución. Así como tenemos otras potencias que se debaten entre arrogancias intolerables, o flaquezas en su actuar, que distorsionan sus relaciones mutuas y perjudican a los demás.
Pereciera que los fundamentos del orden internacional ya no tienen igual vigencia, y que caben casos excepcionales aceptables, por distintas razones pragmáticas o para no entrar en confrontaciones peligrosas y hacerse de enemigos. Una real irresponsabilidad que compromete el sistema, poco a poco y lo debilita, a riesgo de transformarlo en irrelevante. Un mundo regido por normas aplicables caso a caso, según sus propias particularidades e intereses, simplemente no funcionaría, y cuando se intentare corregir, podría comprometerlo en su totalidad. Malos ejemplos de quienes pretenden actuar por fuera del sistema mundial que nos ha regido por tanto tiempo, y que pese a sus obvias falencias, al menos ha alejado de las prioridades de todos, el fantasma de una guerra definitiva. No es poca cosa, pero requiere de una atención constante.
Hay esperanzas, si tantos países que simplemente conviven con estas situaciones anómalas, decidieran actuar. No se trata de imponer por la fuerza las normas de convivencia, ni impedir la natural evolución de las situaciones, lejos de ello, pero tampoco resignarnos a que cada cual decida por su cuenta, a cualquier precio, y con cualquier objetivo. Sería renegar de un pasado cercano que nos ha traído estabilidad y tantos progresos, en la medida en que todos, sin excepciones intolerables, aunemos nuestros esfuerzos por preservarlo. (Santiago, 14 julio 2021)
Artículos de Opinión
Breves comentarios internacionales.
No es necesario tropas, invasiones, bombardeos y otras formas de agresión, para derrotar completamente al adversario. Las hay menos violentas, aunque de iguales efectos devastadores, como impedirles su comercio, competencias desleales, desabastecimiento de bienes y servicios, imposición de condiciones de todo tipo, negación de acceso al progreso electrónico o simplemente, intervenirlo haciéndolo inservible; y hasta negarles medicamentos (o las vacunas en la actualidad).