Ad portas de iniciar un nuevo perÃodo de confinamiento en la Región Metropolitana y en varias comunas del paÃs, no dejo de tener la sensación, o más bien la certeza, de que las medidas para combatir la pandemia son reactivas.
Miramos hacia atrás una vez que el problema está desatado, con un importante deterioro de los indicadores que reflejan la alta circulación y carga viral de la enfermedad, traduciéndose en una enorme cantidad de personas enfermas que desbordan los hospitales y sus unidades crÃticas y, en otros casos más lamentables, falleciendo, junto a una estela de emocionalidad y afecto que impacta en nuestras familias.
Sumado a ello, esta situación en muchos casos significa la pérdida del soporte económico de la familia, lo que al visualizarlo de una forma más macro, exhibe la pérdida de fuerza laboralmente activa.
Lamentablemente, hasta ahora hemos puesto el foco de atención en los recursos humanos y financieros relacionados con lo curativo y en la actividad hospitalaria para el salvataje de las personas graves contagiadas con el virus. Si bien la forma de proceder resulta eficiente, si se hubieran adoptado las medidas y determinaciones correctas para frenar el avance del Covid-19 de la mano de la ciencia y el sentido común, no atravesarÃamos esta crisis.
Hasta el dÃa de hoy, y pese al tremendo avance de las ciencias, las enfermedades de etiopatogenia viral no tienen tratamiento efectivo desde la farmacologÃa, sólo algunas situaciones excepcionales, en casos extremos, donde ni siquiera tenemos la certeza que exista una clara relación causa-efecto entre el tratamiento y esa mejorÃa.
Recordemos que el resfrÃo común no tiene tratamiento y, hagamos lo que hagamos, va a a durar el mismo perÃodo que requiere el virus para replicarse en nuestras células, sólo podremos aliviar algunos sÃntomas producto de esta interacción.
Lo único efectivo en este tipo de infecciones, donde si conocemos su reservorio, la forma de transmisión y epidemiologÃa en general, es aislar al virus para evitar su capacidad de transmisión a nuevos hospederos, impidiendo que se replique y cortando su cadena de sobrevivencia. Esto se consigue con el aislamiento «efectivo» de todos los portadores asintomáticos, contagiados clÃnica sintomáticos, los PCR positivos, los contactos estrechos y los contactos estrechos esporádicos.
También, es importante destacar la necesidad de educar a nuestro entorno, explicando el sentido de estas medidas, las que no deben ser mandatadas como un edicto autoritario, puesto que con la obligación surge la rebeldÃa, especialmente en los jóvenes. Es de lamentar que en la actualidad este grupo etario se encuentre a la deriva en cuanto a las medidas sanitarias y sólo reciban órdenes, considerándose en la etapa final del plan de vacunación.
Sumado a ello, se les obliga solapadamente a trabajar, aunque estén en aislamiento por ser contactos estrechos, como si todo fuera sólo corporalidad, sin considerar las condiciones de salud mental que el confinamiento desencadena, especialmente en nuestra precarizada sociedad. Hoy empezamos a ver las consecuencias de ello, las edades promedio de los infectados están bajando importantemente, hasta llegar a aquellos a quienes supuestamente nada les ocurrirÃa como los niños, registrándose fallecidos por SÃndrome Inflamatorio Multisistémico Pediátrico (PIMS por sus siglas en inglés).
Entonces, vale dejar la siguiente interrogante planteada: ¿Una nueva cuarentena total es necesaria? A mà juicio, la respuesta es evidentemente afirmativa, pero sólo será efectiva si cumple con esta exigencia. Si miramos el plano de Santiago, además de quedar en evidencia las desigualdades, es sumamente injusto que las personas con más recursos posean movilidad, mientras que quienes poseen menores ingresos, deban encerrarse.
Estos lÃmites ficticios son inútiles cuando la población más vulnerable debe moverse por condiciones laborales a los barrios más ricos, llevando la carga viral que mantendrá activa la infección, probablemente aumentada. En definitiva, deben ser entregadas a las personas las condiciones para sostener el confinamiento efectivo, es decir, que tengan garantizado su sostén económico diario sin salir a la calle.
De no ser asÃ, sólo se vislumbran dos posibilidades: La población muere de hambre confinada en sus casas o se encontrarán en la obligación de conseguir el sustento diario, perpetuando con ello la vigencia del virus. La intención puede ser buena, pero de nada sirve si no se encuentra acompañada de inteligencia sanitaria y verdad detrás. (Santiago, 27 marzo 2021)