Artículos de Opinión

Reacción a una columna de El Mercurio: Debate Constitucional 2015.

Las opiniones vertidas por el abogado don Rodrigo Delaveau Swett en El Mercurio, en lugar de razones convincentes, delatan un conjunto de prejuicios infundados acerca de la Constitución democrática.

Las opiniones vertidas por el abogado don Rodrigo Delaveau Swett en El Mercurio del 18-III-2015 (pág. A-2), en  lugar de razones convincentes, delatan un conjunto de prejuicios infundados acerca de la Constitución democrática a la que muchos aspiramos, que no logran convencer a nadie.

Ninguna de las Constituciones que ha tenido Chile ha desconocido la evolución política precedente y no resulta serio opinar que el pueblo chileno vaya a “borrar de un plumazo” la tradición constitucional que nos distingue en el ámbito mundial ni los valores y principios -frutos de esa evolución- que recoge la Carta que nos rige.

Las razones que motivan la necesidad de un nuevo Código Político son: el principio de la soberanía popular, su titularidad radicada en el pueblo, la circunstancia de que su máxima expresión es el ejercicio del Poder Constituyente y el hecho lamentable que, en 200 años de historia, nunca el pueblo chileno ha ejercido esta potestad esencial que marca la identidad de un pueblo, y ya es hora de hacerlo.

La Constitución de 1980 no solo arrastra el lastre de su ilegitimidad insubsanable sino que representa sólo al sector que apoyó al Régimen Militar que la dictó y que quiso perpetuar su modelo en una “democracia protegida” por enclaves autoritarios –como las leyes orgánicas constitucionales y el sistema electoral– que hasta hoy impiden el desarrollo democrático de nuestra vida republicana.

Además, la Carta vigente posee un contenido insular que no se abre ni siquiera a nuestros vecinos sudamericanos, como lo demuestra el hecho de ser la única –junto a Guyana y Surinam– que no contiene la aspiración, de todos los demás, de lograr la integración de los países latinoamericanos, único camino viable para poner fin a nuestro subdesarrollo endémico y para conquistar la gravitación internacional que, al estar separados, no tenemos.

Por todo lo cual, teniendo la madurez política suficiente, seguimos siendo un pueblo  inhibido, que todavía no se atreve a ejercer el más importante atributo de la soberanía: el de decidir nosotros mismos lo que queremos ser (Santiago, 25 marzo 2015)

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