Cuando en 1823 los ejércitos franceses entraron a España comisionados por la “Santa Alianza” para erradicar de allí el liberalismo y el constitucionalismo, Estados Unidos temió por Cuba. Veía con preocupación que la Isla podría ser el precio que Francia exigiría por restaurar el absolutismo en España y también que si los ingleses ayudaban al liberalismo español contra el absolutismo francés, exigieran a Cuba como premio. El entonces Presidente de los Estados Unidos, John Q. Adams, escribía al embajador en España, Hugh Nelson: ”Son tales, en verdad, entre los intereses de aquella isla y los de este país, los vínculos geográficos, comerciales y políticos, formados por la naturaleza, fomentados y fortalecidos gradualmente con el transcurso del tiempo que, cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán probablemente los acontecimientos en los próximo cincuenta años, casi es imposible resistir a la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad”. No era el momento para la anexión y por eso la instrucción al embajador era decir en Madrid: “que los deseos de su gobierno son que Cuba y Puerto Rico continúen unidas a la España independiente y constitucional”. Pero –continuaba la carta, sincerándose el Presidente Adams- “así como un fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, un vez separada de España, y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que la Unión misma, en virtud de propia ley, lee será imposible dejar de admitirla en su seno”. El resto es historia conocida: la anexión no llegó y a poco andar, la Doctrina Monroe ayudó tanto a mantener la independencia de las colonias recién independizadas como a prolongar la paciente espera por Cuba. Tras prolongados esfuerzos independentistas, será sólo gracias a la ayuda estadounidense, que los cubanos logren desprenderse de la Madre Patria, en 1898. Ese año, con el Tratado de Paris, España perdió –entre otros territorios- la isla caribeña, que quedaría ocupada militarmente por Estados Unidos. Lograron así los cubanos una independencia llena de ataduras –la Enmienda Plath sólo es la más conocida- y una economía absolutamente dependiente de los EEUU, de todo lo cual sólo se liberarían completamente con la caída de Fulgencio Batista y el inicio de la Revolución.
La espera paciente por la inevitable anexión de Cuba a la República norteamericana a que aludía el Presidente Adams en su carta, dio pie a lo que casi todos los cubanos llaman despectivamente “la doctrina de la fruta madura”. La he traído a colación a propósito de las recientes noticias de descongelamiento de relaciones entre EEUU y la Isla, porque la de Cuba es una historia de encuentros y desencuentros con Estados Unidos que se remonta a los inicios del siglo XIX y no a mediados del siglo XX como erróneamente se suele ver y que va mucho más allá de diferencias ideológicas o de sistemas políticos. La historia ha demostrado a los cubanos que no pueden vivir contra ese país –situado a cien millas de distancia-, pero también les ha enseñado – y eso lo aprenden desde niños- que la absorción económica y el control político por parte del gigante norteamericano están siempre a un paso y que formas de colonización hay muchas y muy variadas, aún en el siglo XXI.
Hoy, la mayoría del pueblo cubano no está por defender a ultranza posturas ideológicas anacrónicas al precio de inmolarse en la pobreza ni tampoco por entregarse a esquemas de desarrollo que contradicen convicciones ancestrales y valores culturales arraigados. Desean mayor bienestar, acceso a la información y a las tecnologías, valoran su sistema de salud y de educación y sus valores históricos y culturales y aunque anhelan más espacios de libertad, la prioridad no está en la existencia de partidos o de elecciones. Ante los recientes anuncios, la actitud mayoritaria es de expectativas, pero también de suspicacias. Bien lo resumía una cubana de clase media que me decía a comienzos de año en La Habana: “no necesito tener un vehículo ni salir de vacaciones, y menos aún me interesa todo eso si para obtenerlo debemos transformarnos en un país con desempleo y hambre en parte de nuestra población”. Cuando en su discurso pocos días atrás Raúl Castro decía de las nuevas relaciones con EEUU: “debemos aprender a convivir civilizadamente con nuestras diferencias”, se refería justamente a esa cautela que surge de una desconfianza histórica y de escalas de prioridades en el desarrollo, enteramente diferentes.
Los recientes anuncios de acercamiento entre EEUU y Cuba han de ser entendidos en ese contexto. Habrá cambios que, aunque muy paulatinos, serán probablemente irreversibles. Fidel Castro, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, son parte de la historia y sería ingenuo pretender lo contrario. Pero la inspiración en los años venideros no estará en la nostalgia que encierran los líderes de la Revolución sino en los valores que aglutinan los próceres de la Independencia. Me resultó simbólico ver en youtube el video del discurso de Raúl Castro, días atrás, en que anunciaba el descongelamiento de las relaciones con el país norteamericano: tras él, no había retratos de Marx, Lenin, ni Mao, creo tampoco haber visto a Fidel o al Che. Pude ver, en cambio, tres retratos: de José Martí, la figura histórica más venerada de la historia cubana (“el Apóstol”), Antonio Maceo, héroe del Ejército Libertador, y Máximo Gómez, General durante la Guerra de los Diez Años. Y es que la Administración ha comprendido que se abre una nueva etapa que requiere de unidad y ello se logra recurriendo a la memoria histórica larga, no la inmediata. Raul Castro ha dado un paso audaz de acercamiento con el pueblo cubano consolidando de paso su poder. Y lo ha hecho estrechando relaciones con Estados Unidos en un momento crucial para la Isla, gravemente afectada por la situación de Rusia y Venezuela, y que es, claro está, un momento muy apropiado para la Administración de Obama. Es claro que en el corto plazo gana más Cuba –el Gobierno pero también los cubanos- que los Estados Unidos, pero en el largo plazo, ambos se verán beneficiados.
¿Qué cabe espera para los próximos años? Es difícil saberlo, pero en el mediano plazo no veo a Cuba como otro Puerto Rico o Panamá, sino más bien como una pequeña China enquistada en el Caribe. Los cambios económicos, culturales y políticos suelen ir en ese orden. Cabe esperar por lo tanto, por no poco tiempo, un capitalismo de Estado pragmático con un poder político centralizado y controlador. Son muchos los desafíos pero también lo son las posibilidades. Desde luego, Obama deberá convencer a parte importante de la clase política norteamericana, que no sólo deben oír las voces de los cubanos disidentes en Miami – muchos de los cuales por sus experiencias de vida tienen una visión sesgada de los hechos- y que un acercamiento a Cuba no debe ser vista como una traición al pueblo cubano sino como una oportunidad de demostrar al mundo que EEUU reservará las sanciones y el aislamiento más para enfrentar las agresiones y el terrorismo, que para influir en la evolución institucional de otros países.
Las expectativas de progreso para Cuba son grandes. En un mundo hipercomunicado, resulta difícil dimensionar el impacto que puede llegar a tener, para un país aislado del mundo, la apertura a la tecnología y la conectividad. Hoy los cubanos gastan parte importante de su dinero por unos pocos minutos en una internet lenta y controlada, en Centros de conexión y llamados. En los locales de ETECSA no se ven adolescentes jugando ni descargando música, sino pequeños emprendedores concentrados abriendo con empeño y lo más rápidamente posible, páginas indispensables para sus tareas profesionales o comerciales. ¿Qué podría llegar a ser Cuba con internet de alta velocidad y sin restricciones? Existe un cable de fibra óptica de 1.600 kilómetros, desde Venezuela, pero ese potencial tecnológico -que irónicamente toca tierra en Siboney, una localidad icónica del Castrismo- de poco sirve para las necesidades de la población si no hay computadores accesibles y asequibles. Cuba está conectada a internet desde 1996, producto de un paquete de medidas recogidas en la Cuban Democracy Act, ratificada por Bush cuatro años antes, pero desde el comienzo, el gobierno norteamericano se ha reservado el derecho a administrar las cuotas de acceso a la red bajo amenazas de sanciones. Es imposible saber en qué medida confluye en ello la políticas del gobierno Cubano, pero lo cierto es que en la medida en que vaya disminuyendo el bloqueo y las sanciones económicas extraterritoriales, las posibilidades de desarrollo producto de la interconectividad se multiplicarán de manera exponencial. Eso sí que en éste, como en muchos otros ámbitos del desarrollo, el avance cuidadoso y responsable será el factor decisivo del éxito (Santiago, 6 enero 2015)