Un año duró la democracia electoral en Egipto. Sólo un año en toda su historia de siglos. El Presidente Morsy ha sido depuesto, por presión de las Fuerzas Armadas y un inmenso clamor ciudadano que llenó, otra vez, la simbólica Plaza Tahrir en El Cairo, y otras ciudades. Por su parte, los partidarios del ex mandatario, igualmente se han manifestado, con graves enfrentamientos y víctimas de ambos bandos. Una real división de la población que será muy difícil superar, por las nuevas autoridades designadas, en su intento de mantener la estabilidad y la institucionalidad, ahora incierta.
Las causas son múltiples. Los Hermanos Musulmanes, por años proscritos, quisieron ganar el tiempo perdido e imponer una orientación islámica en todas las actividades nacionales, como la política, la economía, la enseñanza, la justicia y en el campo social y familiar. Eran los más organizados, gracias a la paulatina influencia que la religión mayoritaria, fue ganando en adherentes decididos, y como representantes contrarios al omnímodo poder militar, que desde mediados del Siglo XX, controló todo. Particularmente durante los últimos treinta años del Ex Presidente Mubarak, hoy en prisión. Ello les permitió ganar las elecciones con Morsy a la presidencia. Sin embargo, la población exigió terminar con el antiguo régimen, no sólo por razones religiosas, sino para ganar libertades conculcadas desde hacía décadas; mejorar las condiciones de vida; terminar con las enormes desigualdades económicas, y una corrupción en todos los niveles. Los Hermanos Musulmanes pretendieron atender esos ideales, mediante un predominio religioso.
Los que provocaron la caída del antiguo sistema militar, se sintieron defraudados, y la situación empeoró todavía más. El control se hizo más fuerte, la economía colapsó en varios frentes, el turismo siempre esencial, prácticamente desapareció, hasta hubo desabastecimiento de comida y de bencina, y el control estatal se incrementó. Entonces, la calle volvió a manifestarse, con más fuerza. Y los militares, a actuar.
No es posible entender el Egipto de los últimos sesenta años, sin considerar a las Fuerzas Armadas. No hay poder ni gobernabilidad posible sin ellas. Son enormes y organizadas, y han controlado el país desde la abolición de la monarquía. Pretender apartarlas, es irreal. Han regresado, aunque el nuevo gobierno esté compuesto por civiles, juristas y tecnócratas. La Constitución está suspendida, y se han comprometido a nuevas elecciones, sin fechas precisas. Hay que pacificar el país, y sólo los militares tienen esa capacidad, por ahora.
¿Y la democracia? Nunca ha existido en Egipto, como se entiende en el mundo occidental. Por lo cual, no podemos aplicarla ni hacerla efectiva de igual manera. Por cierto, es un ideal que muchos egipcios desean, y el resto del mundo también. Pero bajo una realidad diferente, ni peor ni mejor, aunque distinta, por las particular situación de un mundo que tiene sus propios tiempos, métodos y complejidades inherentes, que no pueden ser evaluados según los conceptos occidentales. En otras palabras, y aunque suene extraño, Egipto ha vuelto a su normalidad permanente. (Santiago, 4 julio 2103)