Desde hace un tiempo, nuestra Región Latinoamericana, presenta realidades contrapuestas. Por una parte, los países que aplican políticas de afianzamiento de las instituciones democráticas y libertades cívicas. Con gobiernos moderados y presidentes sin reelecciones indefinidas, cualquiera sea el grado de aprobación de la ciudadanía, logros, o cumplimiento de los objetivos electorales. Asimismo, aplican políticas de libre mercado, respeto y seguridad jurídica de las iniciativas privadas, internas o externas, y énfasis en los asuntos sociales, en la medida en que la situación prospere y no comprometa el desarrollo de mediano o largo plazo.
Por la otra, están aquellos que intentan aferrarse al poder propio o de familiares, generalmente basados en la creación de expectativas desmesuradas a las reales, con marcada orientación populista, expropiaciones de capital extranjero, y otras, en que la ciudadanía es conducida a apoyar, como alternativas rápidas a múltiples carencias. Igualmente, sus presidentes encarnan tales procesos, y sus mandatos se prolongan sin término, haciendo más atractivas las promesas de solución que las soluciones mismas. Para tales fines, el sistema democrático es adaptado convenientemente, y se anula todo intento opositor.
No es necesario mencionar quienes son ejemplo de ambas tendencias. Los conocemos. Pero lo verdaderamente serio es el resultado: una división que se profundiza en nuestra América Latina, por sobre los discursos, reuniones y propagandas que los acompañan, y que tiene virtualmente estancada la integración regional y sus variados procesos, ante posiciones contrapuestas. La última Cumbre en Cartagena fue reveladora. No hubo consenso mínimo, ni siquiera para una Declaración Conjunta, tan acostumbrada en esas reuniones. Tampoco mayores progresos en la reciente OEA de Cochabamba. Y tal vez, no es una mala noticia. Por el contrario. Es hora de que la verdad se imponga por sobre la retórica interesada para propósitos internos. Creer que toda nuestra región, tiene únicamente como asuntos prioritarios y excluyentes, la participación de Cuba, las Malvinas, las acusaciones a Chile por el mar para Bolivia, o la legalización de las drogas, es irreal, por decir lo menos. De ahí que no se han logrado acuerdos, y en buena hora.
Nuestro país sigue aferrado a su prioridad política regional, como si la geopolítica decimonónica siguiera siendo determinante, existiendo todo un amplio mundo que privilegiar y potencias emergentes para hacer coincidir intereses. Se ha podido constatar, por sobre los esfuerzos, que no somos ni los más queridos ni los más populares de este barrio dividido. Tomemos conciencia de ello. Chile no ha salido perjudicado, afortunadamente, aunque más por desacuerdos regionales que por apoyos concretos, los que sí obtuvo Bolivia.
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