Se inicia el año lectivo. Colegios, universidades, institutos y academias comienzan sus actividades. No hay certezas de que sea un año estudiantil más normal que el último. Es de esperar que así sea. La educación, en general, tiene carencias que se han procurado resolver o mejorar. Pero nada solucionaría dichas demandas legítimas e indispensables, si los interesados no asisten a clases. Bien conocemos las marchas y desfiles que proliferaron últimamente. También sabemos de quienes les apoyan o buscan repetirlas. Quienes intentan contenerlas, o comparten sus ideas, sin excesos; o abiertamente los repudian. De igual manera, y sobre todo cada fin de año, cualquier establecimiento educacional, procura atraer alumnos para el nuevo año académico, lo que es muy natural, pues sin alumnos no existirían. Lo sabremos en estos inicios, donde podremos evaluar si hay resultados positivos o negativos. Y en buena hora.
Más allá de los desbordes, desfiles interminables, frases consabidas o meramente propagandísticas, exigencias desmesuradas y manipulaciones políticas evidentes; nuestra todavía deficiente realidad educacional, ha recibido un sacudón de proporciones que hacía falta. Un país que se precie de caminar al pleno desarrollo, y cualquiera sea su orientación ideológica, no sería capaz de lograrlo sin calidad en la educación y la investigación respectiva, y del más alto nivel posible. Tal vez sea en la actualidad, el campo todavía más competitivo y necesario que el económico, industrial, tecnológico, o cualquier otro. Es la condición única de todo avance futuro. Y Chile no se ha destacado precisamente en priorizarlo, y desde hace ya mucho tiempo, no obstante las promesas de todos los sectores.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, falta un elemento esencial: nada se podría obtener sin estudiar. Parece obvio y como tal, no se ha mencionado. Esta palabra no estuvo en las marchas, ni en los profesores, ni en los programas, ni evaluaciones, ni en los exigentes requisitos de acreditación de las universidades, ni calendarizaciones, ni autoevaluaciones, ni en ninguna parte. Todos piden más recursos, infraestructuras, becas, incentivos, gratuidad, fin del lucro y cuanta necesidad material sea exigible. Sólo derechos, pero sin obligaciones. Y la más elemental, que comienza por estudiar. Sin estudio no hay estudiantes. Y sin conocimientos no hay progreso alguno. No por ser evidente, debiéramos olvidarlo.
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