Hace ya un año, Egipto iniciaba un cambio notable. Por etapas irían terminando los 30 años de Mubarak, y los 60 del llamado panarabismo; con Presidentes militares permanentes, partido omnímodo, control de opositores, estado de emergencia constante, democracia nominal y presencia estatal, practicamente en toda actividad, pública y privada. Toda una era, que con excesos, hizo de Egipto un país pro-occidental, en paz con Israel y controlador de todo extremismo religioso, posedor de una tolerancia poco usual en un país musulmán. Inmensamente atractivo para los turistas, por sus culturas milenarias, cuya seguridad interna era férreamente asegurada, así como normalmente garantizada, la utilización del Canal de Suez. También se permitía, con limitaciones, la inversión extranjera y variados servicios para beneficio propio y de las empresas. Y algo nada despreciable, su política exterior activa, respetada y equilibrada, en la mayoría de los casos y, en particular, durante al largo mandato de Mubarak, donde Egipto fue actor o sede obligada de toda reunión trascendente para los palestinos y temas regionales.
Hoy todo está mucho menos claro. La población ha ganado un protagonismo que derribó el régimen imperante, aunque no ha podido todavía en la misma medida, obtener los ansiados derechos cívicos, pues el régimen militar que asumió al partir Mubarak, son los mismos de siempre, y han ido entregandolos con cuentagotas, intentando prolongar todo lo posible, la situación pre-existente. Lo que no podrá prolongarse indefinidamente, y está ciertamente destinada a concluir, ojalá, sin nuevas represiones violentas.
Pero no son las únicas interrogantes. Se acaba de elegir un nuevo Parlamento, ahora bajo el control de la Hermandad Musulmana, reprimida por largos años, y con creciente presencia de Salafitas, los más radicales en la ortodoxia islámica. Todo lo cual será determinante para un vuelco drástico en la vida egipcia, interna y externa. El que algunos occidentales sigan soñando con un Egipto democrático, como lo entendemos, nosotros, se hace cada vez más utópico. Los derechos civiles, de la sociedad, de las mujeres y menores comprendidos, de imponerse tales tendencias, estarían regidos por la Sharía. Toda actividad, como el turismo, inversiones, y cualquier emprendimiento, no sería igual. Habría un control diferente. Otro tanto para la inmensa población Copta, unos 15 millones, cuya convivencia con los islámicos, desde ya comprometida luego del triunfo de la revolución de hace un año, todo indica que se volverá más precaria y difícil.
Su acción exterior, es casi cierto, sufrirá de cambios significativos. Israel, con quién Egipto ha mantenido una relación tensa pero pacífica, será el primero en verse afectado. No hace mucho la Embajada israelí fue asaltada y destruída. Ya no hay un Embajador en El Cairo, pero las relaciones subsisten. Igualmente y por consecuencia, con Estados Unidos todo será distinto. Eso sí, el país sigue encesitando la generosa ayuda norteamericana, las más abundante, luego de Israel. La Unión Europea, aunque más pragmática, tampoco podrá contar con los beneficios de antaño. Pero Rusia, China y otras potencias emergentes, sin las condicionantes de los derechos humanos, democracia y libertades, que fundamentan las relaciones occidentales, podrían beneficiarse de un Egipto alejado de sus antiguos amigos, e intentar su propio acercamiento. Todo un cambio en un Medio Oriente que mantiene abiertos dilemas tales como Siria, Palestina y por sobre todo, Irán.
Por el momento, los militares en el poder, procuran difícilmente combinar los equilibrios que hicieron de Egipto un aliado confiable de las potencias occidentales y un actor, de primera línea, en el tablero siempre cambiante y frágil de esa región. ¿Hasta cuándo? Un Egipto nuevo, con su peso específico internacional y su posición de interlocutor vital, podría variar, si su población así lo desea. Las nuevas fuerzas políticas así lo sugieren, dentro del islamismo que se impone, con sus consecuencias impredecibles.
De suceder, la llamada “primavera egipcia”, y sus influencias en todo el mundo árabe, buscarían otros rumbos, no necesariamente, en fin de cuentas, coincidentes con occidente. Un año crucial, en plena evolución y sin conocerse sus reales resultados, con más interrogantes que certezas.
Artículos de Opinión
A un año del nuevo Egipto.
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