Los “indignados” se propagan. En Estados Unidos, Europa, Latinoamérica y Asia. Por cierto en casa, aunque se encuentren agrupados en marchas de estudiantes, empleados fiscales, gremios, o grupos de todo tipo, que por turnos protestan y se rebelan. También están quienes sólo desean destruir, atacar objetos, bancos de plazas, semáforos o lo que se le ponga por delante. Muchas veces, incitados por corrientes políticas bien conocidas que nuevamente buscan eliminar el sistema imperante. Las razones pueden ser muy variadas. Ahora no hay movimientos masivos de la población, siguiendo a líderes que les representan en sus convicciones, y se tomaban las calles, como se hacía antes, o expresaban sus ideales en asambleas y concentraciones de partidos políticos. Cuando ganaban elecciones, sus dirigentes ocupaban el poder, con un programa bajo el brazo, o lo más parecido a él.
Ahora todo es mucho más caótico e indeterminado. No hay figuras claras que aglutinen y representen esa gente, ni partidos ni medios de comunicación que los convoque. Son las mismas masas las que se han convertido en protagonistas. Con un elemento nuevo y que no existía. Son ciertamente grupos de personas, pero que expresan sentimientos individuales. Cada “indignado” es una realidad propia, y cada uno tiene sus razones íntimas para estarlo. Es que ya no somos ciudadanía, en el sentido clásico. Ahora podemos expresarnos y citarnos de manera personal, vía redes, mensajes, chats, videos, teléfonos, fotografías y todos los medios que la tecnología ha puesto a nuestro alcance. Nuestros sentimientos pueden ser exteriorizados instantáneamente, conocidos por todos, por miles o millones. A todos les llega y con todos coincidimos o discrepamos. Podemos expresar frustraciones, responsabilizar a otros de nuestra vida, al sistema, a los gobiernos y representantes, o a quien sea. No importa lo alcanzado ni quienes lo han logrado. Podemos indignarnos, sin reconocer nada ni proponer soluciones. Sólo reaccionamos furiosos por todo o en contra de los mismos que protestan. Si fuéramos un “indignado”, ¿quién nos aprovechará o representara en el futuro? Y no es una interrogante cualquiera.
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