En un artículo publicado recientemente, Rodrigo Cabanellas Moreno, abogado argentino, reflexiona respecto a la relación entre identidad y las personas en situación de discapacidad.
El artículo expone que el trato puerilizante (aniñado) o minimizante de los otros hacia las personas en situación de discapacidad termina afectando la valía de dicha persona. En otras palabras, influye en el sentido de su valor como ser humano -de allí se podría entender la implicancia del término “minusvalía” o “minusválido”-; cuando, en realidad, en la mayoría de las ocasiones, el lenguaje o algunas actitudes teñidas de cierto sobre-proteccionismo de los demás hacia las personas con cierta limitación, va más bien dirigida a la valencia de la persona, es decir, a su capacidad para desenvolverse por sus propios medios y posibilidades, entendiéndose así que no contar con, o tener disminuida una capacidad, afecta a muchas otras -de allí el término “invalidez”, “inválido”-.
A continuación, el autor sugiere promover un proceso de deliberación pública, intentando expandir la conciencia sobre la realidad de esta porción de la población, integrada por las personas con discapacidad. Al decir “pública” se refiero a cada uno de los agentes sociales: instituciones gubernamentales que entiendan directa y/o tangencialmente en la realidad de este grupo social, organizaciones no gubernamentales con pertinencia en esta cuestión, toda asociación civil cuyo objeto social sea afín a la promoción de personas con discapacidad; y además resulta indispensable incluir a toda la sociedad en su conjunto a través de canales conducentes y adecuados para garantizar una eficaz y real participación en el proceso de deliberación, elaboración e implementación de políticas públicas orientadas a la promoción de las personas con discapacidad. Para este proceso no deben dejarse de lado la diversidad de opciones y posibilidades que el uso de la tecnología nos proporciona, destacándose entre ellos los medios masivos de comunicación, Internet, redes sociales, sin dejar de lado los tradicionales y siempre útiles encuentros barriales, académicos y culturales que se efectúan cara a cara; todos estos, espacios que tienden y posibilitan una real difusión en la toma de conciencia de la sociedad en su conjunto.
Luego, el artículo desarrolla la doble vertiente de la despersonalización. Así, indica que, en numerosas ocasiones, resulta sumamente costoso reconocer y valorar a una persona con discapacidad como a un par. Esto es efectiva y manifiestamente advertible cuando se trata de casos de equiparación de cargos o puestos de trabajo, donde muchas veces se somete al trabajador con discapacidad a injustificables instancias de examinación, como si por tener una limitación (parcial y atinente al déficit) tuviera que dar más razones para justificar su presencia en un lugar de trabajo, más allá de la propia idoneidad profesional y laboral. Esto aunque la limitación provocada por el déficit funcional o sensorial del que se trate no obstaculizaría ni disminuiría su desempeño en el puesto de trabajo para el cual eventualmente sería designado; y que, en todo caso y como única particularidad, requeriría la previsión de un "ajuste razonable", entendiendo por tal las modificaciones y/o adaptaciones necesarias y adecuadas que no impongan una carga desproporcionada o indebida, para garantizar a éstas el ejercicio y desarrollo del trabajo. También, por otra parte, la despersonalización se manifiesta en la generalización de las características atribuidas a un tipo de discapacidad sobre todos los individuos afectados por ella. Se habla de "ustedes", cuando se refieren a una sola única e irrepetible persona con identidad propia e individual; aunque sea algún rasgo positivo y digno de ser destacado -a criterio de quien lo expresa-: es común oír “ustedes se mueven de una forma especial”, “ustedes tienen un sexto sentido”, “ustedes se ubican mejor que nosotros”, y frases semejantes, que no hacen más que enunciar una generalización impropia e inexacta como toda generalización; además de anular la identidad del individuo a quien se tiene delante. Apareciendo, una vez más, la demarcación de una diferencia de clase de personas.
Finalmente, el artículo hace referencia a la institucionalización del estigma. Así, señala que en la antigua Grecia se desterraba a aquellos que por la pérdida de su vista ya no eran útiles a la sociedad, qué pasa, entonces, cuando el deterioro toma niveles institucionales. Al punto que para tratar, abordar, estudiar o simplemente buscar algún tipo de camino para el desarrollo del individuo en sociedad, su proceso de educación y cualquier otra planificación de roles sociales o existenciales que la persona deba transitar en su vida, en particular nos referimos a personas con un déficit visual, se crean grupos, asociaciones, instituciones, especiales apartadas y segregadas de lo social y orgánicamente instituido. Y, como un claro signo del estigma que las constituye y las presentará ante los demás, llevan el nombre de tiflos, nombre de la isla a la que eran desterrados los no merecedores de ser ciudadanos griegos. Es así que nos encontramos con la Fundación Tiflos, con Tiflonexos, con Tifloencuentro, con tiflofamilias, cuando no directamente Organización Nacional de Ciegos, Unión Mundial de Ciegos, Federación de Ciegos, y similares. Denominaciones que, en todos los casos, nos hablan del grado de avance que se ha generado en el deterioro en la identidad de la persona, seguramente sin que se lo hubieran propuesto los fundadores de estos grupos. Con la creación de estas asociaciones o grupos se desnaturaliza –toda vez que se aparta del conglomerado social orgánico– el abordaje de la realidad existencial, desde lo más cotidiano hasta lo más trascendental, de un colectivo de personas. Que luego bregarán por ser incluidas, aceptadas, en la sociedad de la que ellas mismas se excluyeron.
Vea texto íntegro del documento.
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